10.- La magia del silencio…

Sábado 10 Marzo. 

Me levanté con un sentimiento algo contradictorio. Por un lado sentía alegría pues la experiencia me había resultado extraordinaria, una fuente de conocimientos fundamentalmente. Alegría porque suponía el fin del curso, o sea, el fin de los “enfrentamientos y  luchas”. El fin del sufrimiento intensivo. El fin de una etapa de mi vida y el comienzo de otra.

Por el otro lado, me sentía también un poco triste, pues todo se terminaba, y lo cierto es que allí, aislado en medio de la selva, en el confín del mundo, en medio de la naturaleza, me sentía liberado, sereno, con la mente ligera, limpia y muy clara. Era una sensación que sabía que iba a pasar en cuanto regresara al “mundo real”. Aquí, desde luego, de alguna manera me sentía escondido, protegido como se sienten los monjes en la “Shanga”, en el seno de su comunidad.

Sentía al mismo tiempo una cierta inquietud, pues a las 10.00 a.m. se rompería el Voto de Silencio, para que al día siguiente, la vuelta a la ciudad no fuese tan “traumática”.

A las 04.30 a.m. inicio la primera hora de Meditación matutina. Me levanto tras una hora completa. Cada práctica me resulta un poco menos difícil a medida que progreso en mi particular “no reaccionar”, si bien debo seguir esforzándome para ser objetivo.

Tras el desayuno iniciamos de 08.00 a.m a 09.00 a.m. la Meditación Grupal. Inicio la postura y finalizo con una hora entera sin moverme. Me siento muy bien. He podido comprobar como tras 40 minutos sentado empiezan a surgir las molestias de forma intensa, que se prolongan hasta el final de la sesión. Son los 20 minutos más difíciles, los 20 minutos donde realmente se trabaja profundamente para moldear los condicionamientos de la mente. Esta es la clave del éxito, en mantenerse sobre todo Ecuánimes cuando más nos surgen las sensaciones desagradables. De esta forma se comienza a romper el hábito patrón de la mente. Esta es la clave del éxito. Así se comienza a romper ese hábito mecanizado de la mente, de forma que podamos fluir de una forma nueva, diferente, menos reactiva.

Tras esta hora de Meditación Grupal, hasta las 10.00 a.m. seguimos en la sala meditando y al final volvimos a escuchar la voz en off de Goenka, recitando unos cánticos y a modo de preparar la finalización del curso, llevó a cabo una técnica de Meditación llamada METTA, según la cual, mediante estos cánticos genera nuevos sentimientos para uno mismo y para los demás.

Me sentía algo  impaciente, distraído, ya que sabíamos que este día, al poder hablar de nuevo entre nosotros, al romper el Voto de Silencio, nos desconcentraríamos bastante, perderíamos nuestros aislamiento interior y parte de nuestra introspección menguaría debido a la propia excitación de la mente al volver a verbalizar con nuestro entorno.

A las 10.00 a.m. finalizó la práctica y la gente comenzó a levantarse de sus asientos y a retirarse lentamente al exterior del templo. Pude ver a mi amigo el hispano-francés, Emilio, levantarse con los ojos llenos de lágrimas, e irse directamente a los barracones sin hablar con nadie. Supe luego que era su 9º retiro y por lo que observé, seguía afectándole la emoción de final del curso.

Salí afuera y fue muy curioso, pero nadie hablaba. Todo el mundo tenía la mirada un poco perdida tras 9 días de completo silencio y aislamiento interior. Daba la impresión que nadie se atrevía a verbalizar palabra alguna. Veía a la gente retirándose en silencio hacía los barracones y al comedor, aunque ya de fondo se escuchaban voces, sobre todo de mujeres.

Desde el templo permanecí observando la escena unos minutos. Sentí la necesidad de aislarme una última vez, sentir esa soledad total, así que volví a entrar en el templo. Estaba casi vacío, sólo 2 monjas budistas sentadas en una esquina mirando al frente. Me senté en mi cojín y de repente me acordé de cuando terminaron los cánticos de METTA de Goenka, la maestra apagó el equipo de música y pronunció 2 palabras en inglés y en tailandés. Las dos únicas palabras que dijo en todo el curso: “…Be happy…” ( Sed felices…). Posteriormente se levantó y desapareció por la puerta del templo. Se marchó tranquilamente sin decir nada más…

Y comencé a llorar como un niño desconsolado. Y más “lágrimas de cocodrilo” que resbalaban con ganas por mis mejillas. Eran lágrimas grandes, fluidas y limpias, que brotaban sin parar….

Me preguntaba que qué movía a esta gente, que interés tendrían en enseñarnos esta técnica de Meditación. ¿ Por qué nos enseñaban todo eso? ¿ Que fin podría haber en ello? ¿ Que provecho sacarían….?

Desde luego todas estas preguntas obedecían a una mente reaccionaria, occidental, desconfiada, pragmática, condicionada y contaminada.

Es curioso pues asistí a todo un descubrimiento, una auténtica operación quirúrgica, un viaje interior al fondo de mi cuerpo y de mi mente,  sin ni siquiera moverme del sitio. Yo que tanto me había movido de una lado para otro de un lugar a otro del planeta no sé muy bien con que intención. Realmente no sabía exactamente lo que buscaba. Tal vez huir, escapar simplemente de un entorno que me resultaba intolerable. Una huída camuflada tras un velo de aventuras, conocer países lejanos y exóticos. Contra más lejos, mejor, como si quisiera esconder en un lugar en el que  realmente no pudieran encontrarme. Y me preguntaba que tal y como estaba el planeta, ¿ Qué puede mover a alguien a ayudar a otros a que se encuentren a si mismos, a que sean felices? Que largo me venía todo aquello. Y creo que por este motivo lloraba. Porque de alguna forma aquello me había ayudado a conectarme un poco más conmigo, después de una búsqueda bastante accidentada.

Y pensaba que en mi mundo siempre hay un interés, mientras que todo aquello parece que se hacía de forma desinteresada. Me costaba mucho trabajo comprender este comportamiento.

Decides aislarte en la selva, en un lugar realmente perdido, y resulta que justamente en medio de esa soledad, alguien te dice que puedes curarte, que no necesitas ni médicos, ni psicólogos ni curanderos. Te muestran “el instrumental” y te dan las instrucciones para que lo utilices y que lleves a cabo tu mismo la operación, que nadie más lo puede hacer por ti. Tú eres el cirujano de tu propia mente. Ningún otro cirujano puede hacerlo por ti. Te “abres” en canal y tus “vísceras” quedan expuestas, el corazón al descubierto y desgraciadamente, no te gusta lo que ves….

Me ayudaron a “descubrirme” y luego se marcharon sin ni siquiera esperar agradecimiento. Se marchó simplemente diciendo “ sed felices”. No me cuadraba, no lo entendía. Y me preguntaba de nuevo ¿ Qué me tendrían preparados estos tíos y tías tan raros, que te ayudan a cambio de nada….? ¿ Serían una de esas sectas en las que caen personas corrientes como yo….?

Sentía que me habían hecho reaccionar y sin intervenir en el proceso, había conseguido lo que no habría tenido el valor de hacer en toda mi vida: Enfrentarme a mi sombra y descubrir muchas cosas que no sabía, mucho dolor.

Me enseñaron en definitiva, a comprender el dolor.

La verdad es que me sentí muy liberado, muy sereno y tremendamente agradecido.

Tras unos minutos salí del templo y me dirigí al comedor donde ya podía escuchar muchas voces, un murmullo extraño tras tantos días de silencio. Por el camino pude percibir en los rostros de los demás, una expresión más distendida, sonriente y relajada. Aunque el retiro no terminaba en realidad hasta las 07.00 a.m. del día siguiente, todos teníamos una extraña cara de triunfalismo, de liberación. Se respiraba en el aire una atmósfera tremendamente positiva. Nos saludamos con una sonrisa y con una mirada de complicidad cada vez que nos cruzábamos por los jardines.

En el comedor, sobre unos tablones estaba expuesta mucha información acerca de los diversos centros de Meditación repartidos por todo el mundo, y de temas relacionados con el DHAMMA. En una mesa se podía entregar donaciones que cada cual estimaba según su propio criterio. Nadie pedía dinero. Cada uno entregaba lo que podía o creyese que debía donar por el retiro. Esa donación incluía la comida, el alojamiento y las enseñanzas impartidas. No había ninguna sugerencias acerca de las cantidades. Era algo voluntario y un acto completamente libre y anónimo.

Honestamente, lo que aprendí creo que no tiene precio. Fue una experiencia y un descubrimiento que jamás podré pagar, al menos económicamente, y obviamente, de ninguna otra manera que se me ocurra. Este era realmente en ese momento el sentimiento que tenía. Haber recibido una ayuda inestimable. Forma parte de la “rueda del Dama”: Asistes a un curso que otro ha financiado, y tu con tu donativo, haces que la enseñanza se perpetúe, y que el método siga vivo…

Todo traerá sus efectos y presiento sin duda que en el futuro, de alguna manera, esta experiencia me habrá beneficiado a mi y a los demás. Parecía un pequeño paso dado, pero en realidad presentía que era un gran salto hacía delante.

Me crucé con Emilio y Jesús, y bueno, fue una fiesta. No podíamos parar de hablar, de intercambiar opiniones, de contrastar experiencias. Todos sentíamos lo mismo, una tremenda sensación de ligereza mental, de paz interior, de sosiego, de armonía. Sólo se veían caras sonrientes. No había un solo gesto externo de amargura. Todos habíamos de alguna forma alcanzado el éxito tras muchas horas de práctica intensiva. Hablábamos y hablábamos sin parar. En español, inglés, francés y algunas palabras en tailandés.

En el panel central, se nos recordaba mediante una nota que el curso seguía y que aún no podíamos saludarnos físicamente. No podía haber ningún contacto físico entre nosotros. Nada de abrazos ni apretones de manos.

Me di cuenta tras contrastar mis experiencias, que todas eran similares. Todos efectivamente sufrimos mucho y todos con mucho esfuerzo, conseguimos superar y comprender cada uno su sufrimiento. Era algo importante sin duda, no sabía exactamente el qué, pero el comienzo de algo. Un paso muy pequeño, insignificante en el camino del DHAMMA, pero un paso dado con firmeza, con determinación, dado en la dirección adecuada. Así al menos lo sentía en ese momento.

Tras el almuerzo, volvimos al horario normal de prácticas. A las 14.30 p.m. horas Meditación Grupal. Volví a conseguirlo no sin esfuerzo, ya que aparte de todas las sensaciones físicas, observaba con más dificultad mi mente, que se encontraba muy agitada, con un continuo monólogo interior debido fundamentalmente a volver a verbalizar con los demás. Costaba más trabajo concentrarse. En esos momentos comprendía profundamente, la importancia, el encanto, la magia del silencio. Comprendí que para conseguir introspección, debe haber aislamiento, y sobre todo, silencio.

Sin silencio no se puede descubrir, no se puede llegar a los aspectos sutiles de las cosas, quedándonos en la superficie, en las sensaciones burdas.

Las horas siguientes fueron de práctica más relajada, preparándome para la siguiente hora de Meditación Grupal de las 18.00 p.m. en la cual volví a conseguir una hora completa de Meditación.

Estuve ese día, un total de 4 horas de inmovilidad absoluta. Conseguí superar 3 horas grupales y una por libre. Era el último día del curso y mi primer día de éxito. No cabía de la satisfacción que sentía, de plenitud por haber superado ese primer nivel necesario para romper las capas más superficiales de mi coraza exterior, para llegar un poco más al fondo, descubrir aspectos más sutiles y auténticos de mi ser, desprovisto ya de tantos convencionalismos, de condicionamientos.

Sentía la sensación de haber sido un profundo ignorante durante toda mi vida, de haber sufrido debido básicamente a mis propios condicionamientos del pasado, de mis miedos al futuro. Evidentemente era consecuente y entendía que mis temores no iban a desaparecer en un retiro intensivo de 10 días de Meditación en una selva tailandesa. Mas bien comprendía que aquello iba a ser la puerta de entrada a una nueva dimensión de mi vida, una puerta encontrada y abierta, estando sinceramente dispuesto a traspasarla y a recorrer lo que hubiese al otro lado.

Erradicar el dolor es un trabajo constante, intenso, lento, diario. Implica conciencia, observación y sobre todo Ecuanimidad, características muy simples pero muy difíciles de erradicar.

Me sentía ligero de equipaje. De algo con seguridad me había desprendido aunque no puedo explicar muy bien que era en concreto, aunque sentía que mi mente había estado tremendamente contaminada, llena de impurezas que poco a poco debía limpiar con ahora, mi práctica diaria, que en el futuro, estoy seguro que me permitirá poco a poco ser más selectivo a la hora de “gestionar” los residuos que entran y salen de mi mente. Parece que aparte de “limpiar” la Meditación proporcionaba un mecanismo para impedir “ensuciarse” más. Nada fácil, pero no imposible.

La vida es de alguna forma, sufrimiento, y ese sufrimiento se puede entender de muchas maneras distintas. Antes lo entendía mal, o mejor dicho, no lo terminaba de entender del todo bien. Hoy lo tengo un poco mas claro, comienzo a entender un poco más y mejor, comienzo a no reaccionar tanto y a tratar de observar sin reaccionar como el mecanismo automático de un robot programado.

Esa noche me fui a dormir, y dormí como no lo había hecho en mucho tiempo. Dormí muy bien. Ni siquiera recuerdo haber soñado. Sólo recuerdo haber dormido….