9.- El peor enemigo: mi propia mente… 

Viernes 9 Marzo. 

La primera hora de Meditación en el templo no fue nada bien: 40 minutos y no puedo más. Me levanto y extiendo las piernas, camino un poco y a las 05.20 a.m. me volví a sentar. Cerré los ojos, recogí las piernas y comencé a Meditar, a observar.

A las 06.00 a.m. seguía sin moverme y escuché entrar a la maestra, que puso en el equipo, una cinta con los cánticos entonados por Goenka. Me encontraba relajado y mantenía mi “Ecuanimity”. Los cánticos duraron unos minutos y todo quedó de nuevo en profundo silencio. Solo escuchaba los insectos en el exterior, y notaba el despertar del día.

Cuando escuché de nuevo a la maestra poner la cinta para que la voz de Goenka con su característica frase diera por finalizada la sesión de práctica, reconozco que, aunque intenté permanecer Ecuánime, me invadió una profunda alegría. Sentía una especie de liberación de energía, de emociones….no sabría como explicarlo.

Después de tanto sufrir mis dolores, conseguí mantenerme expectante sin reaccionar, Ecuánime, observador.

Aguanté una hora y 10 minutos. Me sentía muy ligero. Esa era exactamente la palabra: ligero, pues cuando me levanté para ir al desayuno, esperé a que todo el mundo saliera para quedarme solo en el templo y poder observar y sentir el aire a mi alrededor, la energía.

Lo cierto es que sentía realmente que me encontraba “flotando”. Apenas me costaba caminar y sentía perfectamente cada movimiento de mi cuerpo, cada paso. Desde el talón que apoyaba para caminar hasta la parte más alta de mi cabeza. La sensación era extraña, diferente. Mi memoria no alcanzaba a encontrar otra sensación parecida en mis registros de experiencias del pasado. Una sensación de profunda liberación, como de haber soltado algo muy gordo que había llevado a cuestas mucho tiempo. Una sensación de claridad, de comprensión, de paz, de tranquilidad.

Tras el desayuno, a las 08.00 a.m. volvimos al templo para iniciar la Meditación Grupal. Me senté, crucé las piernas, cerré los ojos y mantuve mi espalda recta. Tas una hora completa sin moverme, me volví a levantar. Esta vez si bien era cierto que lo conseguí, intenté no expresarme a mi mismo emoción alguna. Intentaba verlo como un hecho normal que no me producía alteración en mi ánimo. No quería volver a cometer el error de sentir la sensación de triunfo, euforia o alegría. Me quedé lo más tranquilo que pude y seguí observando mis reacciones. Aunque en realidad no reaccionaba del todo. Me sentí de nuevo muy ligero, como despegando del suelo. Una sensación cercana a haber superado todos mis padecimientos.

Sentía que me había descontaminado un poco más, que había dejado salir ese productor de desecho de mi interior, sin pararme a analizarlo, juzgarlo o calificarlo. Simplemente lo observé todo de la manera más objetiva posible.

Me sentía más fuerte conforme superaba cada una de estas pruebas. Era una sensación de esclarecimiento total. Todo fluía en mi mente con una claridad asombrosa. En algunos momentos, mientras caminaba por el jardín en las pausas, me emocionaba y se me saltaban las lágrimas de todo lo bueno que me estaba ocurriendo. Sentía mi propio esfuerzo al límite y la necesidad de verbalizar continuamente cada sensación, cada minuto, cada detalle. Quería memorizarlo todo para poder escribirlo al finalizar el retiro. Quería perpetuarlo y no olvidarlo jamás.

Deseaba compartir ese momento con alguien pero en esos momentos era imposible. Me sentía tranquilo aunque todo fluía muy rápido en mi cabeza, los pensamientos, las emociones, y me hablaba a mi mismo para poder escucharme, para poder retener cada sensación, y me lo repetía una y otra vez pues temía que se me olvidaran los detalles. Incluso hablaba solo, en voz alta, en francés, inglés, español, todo fluía perfectamente, los pensamientos, las sensaciones, las emociones y las palabras se encadenaban sin error. Me abrumaba “ese subidón” de claridad mental….

El resto de las horas de Meditación hasta el mediodía fueron de trámite. Me sentía agotado por el esfuerzo físico y mental llevado a cabo y decidí Meditar pero de una manera menos intensa, intentando acumular energía para el resto de la tarde. Meditaba de una forma más relajada, más superficial, más burda y eso me llevaba a observar las sensaciones de una forma menos objetiva, lo que me llevaba a ceder con más facilidad a las sensaciones que en ese momento consideraba desagradables, como los dolores, picores, el sudor y demás inconvenientes, y me rendía más fácilmente.

A las 13.30 p.m. hincamos nuestra 2ª hora de Meditación Grupal. Volví a conseguirlo y cada vez me sentía más Ecuánime. No reaccionaba ya tanto a esa sensación de triunfalismo. Ni siquiera quería retener esa sensación agradable, pues si lo hacía, presentía que me perjudicaría. Ya no me sentía tan eufórico, pues esa sensación de bienestar era una especie de pequeña narcolepsia, que por un breve momento me hacía sentirme flotar….algo sin duda tremendamente agradable y “peligroso” a la vez si me aferraba a ello, pues eso también era Impermanente y desaparecería para dar paso a un momento menos “místico”. Por ello, puse todo mi empeño en no reprimir ningún estado de la mente y observar cada vez más y mejor, tanto si era positivo como negativo. Observar sin más.

A las 14.30 p.m. inicié a pesar del cansancio el resto de mis prácticas de Meditación solitaria, y de nuevo esta vez con bastante esfuerzo conseguí traspasar la barrera de la hora completa sin moverme. Sin quererlo, podía sentir que todo aquello era el fruto de muchas horas intensivas de práctica, era el premio al coraje, la determinación, el esfuerzo, la perseverancia. Era consciente que este día se habían agotado todas mis reservas. Me sentía completamente exhausto, al límite de mi resistencia.

Estaba agotado tras superar 4 horas completas de Meditación, inmóvil, ecuánime, sin reaccionar a todos los ataques lanzados por el peor enemigo: mi propia mente.

El resto de la tarde, seguí con la práctica pero a la más mínima sensación desagradable, reaccionaba y me levantaba. Mi umbral al dolor era en esos momentos muy bajo y no me quedaban más fuerzas. Creyendo que mi esfuerzo había sido el adecuado, me rendía a la evidencia: agotamiento extremo.

Esta noche me acosté y recuerdo que ni siguiera me dio tiempo a coger la postura en la cama. Me quedé literalmente “muerto”. Fue la segunda noche que dormí del tirón y que el sueño era reparador, sin interrupciones, sin despertarme antes de tiempo.

Dormí en paz, con una paz difícil de expresar, pues no encuentro modo alguno de poder expresarlo con palabras. Era una sensación simplemente de eso, de paz absoluta, de calma interior, de Vacío. Nunca antes había sentido una cosa similar, en toda mi vida.

Me preguntaba a mi mismo: “…¿Qué me estaba ocurriendo…Sería real todo aquello…podría transformar de alguna forma mi mente con aquellas prácticas…”?

Me parecía improbable hasta ese momento que comencé a creer en esa “metamorfosis” personal. Sentía que algo había cambiado realmente, algo realmente profundo o profundamente real. Algo no tangible, ni siquiera expresable.

Sin duda era el comienzo de algo….