Lunes
La noche anterior, ante la imposibilidad definitiva de ver a la niña, decidimos volver a Addis-Abeba.
Mis acompañantes me recogieron a las 5.30 de la mañana. Aún no había amanecido, la ciudad estaba desierta. Una bruma se extendía sobre la ciudad, sobre la selva. Hacía frío.
Enfilamos la carretera irregular de regreso y nos vamos parando algunas veces por la insistencia de los niños en la carretera vendiendo manojos de piña. El regateo es salvaje. Me dicen que las piñas son un lujo en la capital, y compran cinco o seis manojos que apenas caben en el maletero del coche y el asiento trasero.
De regreso todos vamos en silencio, especialmente yo. Estoy algo triste aunque aliviado por la tensión acumulada. Ha sido una semana exigente, intensa física, mental y emocionalmente.
Mientras devoramos kilómetros de carretera asfalta, a ratos, polvorienta convertida en una pista forestal, voy pensando que mi misión está finalizada, y decido que cuanto antes vuelva mejor. Mi presencia ya no tiene sentido en ese país, no me atrae nada quedarme en esa monstruosa capital, Addis, donde el tráfico es infernal, la contaminación hace que me lloren los ojos, no hay absolutamente nada de interés, y además hay dos tipos que me andan buscando para pedirme explicaciones.
A través de la tecnología del Smartphone, aunque la recepción es mala, a ratos tengo cobertura, e inicio a través del what s app una conversación con una amiga para que me intente cambiar la fecha del vuelo que tenía para la semana siguiente. No se me antoja ya quedarme en el país ni para hacer turismo. Salvo Lalibela que está en el norte a 800 kilómetros no me atrae nada. El país es pobre a rabiar. Y salvo un safari bien organizado, aquí no veo nada que hacer. Y una excursión organizada tipo safari, tampoco me atrae nada.
Consigo en las 10 horas de trayecto modificar mi fecha de regreso a casa para esa misma noche. Algo precipitado, tengo 3 horas de margen hasta llegar al aeropuerto desde mi posible llegada a la capital que intuyo será sobre las 16. Si no pasa nada durante el trayecto, cosa difícil en África con caóticos check point de los militares y la Policía Federal en las carreteras, animales sueltos o cualquier problema mecánico.
Acabamos de parar en el arcén. Una hiena atropellada muerta. Junto a unos niños que por allí transitan, de 2 o 3 años. Una hiena de estas de los reportajes de safaris de la 2. He de decir que impresiona este bicho en directo y muerto. Vivo ni te digo. En la tele no se aprecia pero tiene el tamaño de un perro San Bernardo o más grande y unos colmillos que dan yu-yu. Un aspecto realmente aterrador. Para quién no lo sepa, el San Bernardo es el perro este de la nieve que lleva un barrilito de whisky al cuello para rescatar montañeros. Si este perro es enorme una hiena lo es más. Y un grupo de hienas carroñeras ni te cuento. Atacan hasta a los leones.
Aquí yo me he topado esta semana con hienas de dos patas que se disfrazan con chaqueta y corbata. Por cierto, en Málaga antes de venir me tropecé con una de ellas en el Banco de Santander, en el despacho del director y casi me lo como por quererme cobrar-robar una comisión por mi cuenta abierta….., ya sabeís….
Una bonita metáfora de país, y de la vida actual. Una hiena, un animal salvaje que se enfrenta en manadas al animal más poderoso de la selva, un león, atropellada por el progreso, atropellada por una máquina fabricada por el hombre…..
Llegamos a Addis a las 16 en punto. Ni el AVE. En este país ocurren cosas sorprendentes la verdad. Estamos en época de lluvias hasta septiembre. El cielo esta gris y plomizo, la capital como siempre colapsada en un caos de tráfico. Comienza justo a llover torrencialmente.
Mis acompañantes me dejan en un hotel cerca del Aeropuerto de Bolé. Me despido afectuosamente de ellos. 4 dias de viaje, una negociaciones intensas y emotivas….Me queda un sabor de boca amargo, por la frustración de no haber podido ver a la niña, por la dureza del país y por la generosidad y buen humor de sus gentes. Nos abrazamos y nos decimos que tal vez en otra ocasión. Será difícil volvernos a ver, pero nunca se sabe. Es difícil que vuelva a este país y espero que algún día la situación sobre todo de la niña se resuelva y casi deseo que sea adoptada por una familia occidental, aunque sea de otro continente. Las oportunidades serán tremendamente desproporcionadas comparadas a las que le esperan en ese país.
Tras esperar dos horas en el lobby del hotel, enfilo en un taxi hacía el aeropuerto, y me despido del país. Me despido de mi misión cumplida.
En realidad mi misión era desenmascarar a esos traficantes emocionales, que no hacían otra cosa que sangrar económicamente a mi amiga, y lo peor de todo alimentarle unas expectativas imposibles. La supervivencia pura y dura de África….