10.-Carreteras y vehículos en el Tíbet.
Hablar de carreteras en el Tíbet es una utopía. Haberlas, las hay, pero no os podéis imaginar cómo son.
Y bueno, no sé muy bien por dónde empezar. Por el tamaño del país, por ejemplo.
Tíbet era un país independiente hasta 1950, año en el que China, en nombre de la Revolución Cultural y para sacar al pueblo de la pobreza y el feudalismo, se lo “anexionó” a su territorio ( en algunos lugares se llama invasión, sin más eufemismos…), ya que lo consideraba una acción legítima e histórica.
China es “mogollón” de grande, ya sabéis, con sus 1300 millones de almas y la espectacular carrera que lleva para convertirse en el país número uno con eso del consumo y la productividad salvaje. Pues bien, el Tíbet es ahora una provincia de China cuyo tamaño es el doble que el de España. El Gobierno chino lo ha dividido en varias regiones a las que se puede acceder “libremente”, es decir, sin pagar y sin visados especiales ( de momento, pues los chinos le ponen una valla a un lago y te hacen pagar su contemplación… es real!!!), excepto en lo que ellos denominan la RAT ( Región Autónoma del Tíbet), que engloba la zona de Lhasa, la capital y todo el Área de la cadena montañosa del Everest, el monte Kailash, etc.
Bien, pues si hacéis un ejercicio de imaginación e imagináis un país dos veces el nuestro, os tengo que decir que casi todo lo que llamamos carreteras en nuestro mundo, allí son carriles terrizos. Es decir, miles y miles de pistas terrizas como infraestructuras para vehículos. Y para colmo, no carriles terrizos como los españoles sino carriles con una anchura de un vehículo y medio, o sea, que no pasan dos a la vez, lleno de baches, socavones ( de los de verdad…), barro ( en cantidad…), sin arcén, rozando acantilados infinitos en unos casos y ríos caudalosos en otros, y digo caudalosos en toda su intensidad. No podéis imaginar cómo baja el agua y con qué intensidad… De hecho, el 85% del agua de toda Asia, el origen de los grandes ríos de este continente se originan aquí, en el Himalaya… Igual por eso, entre otras cosas, están interesados los chinos… Pero ése es otro tema.
Sumar a ésto que se atraviesan cientos de puertos de montañas con una altura media de 3.500 metros, un continuo subir y bajar montañas y valles, literalmente como si fuera una montaña rusa. Por algo llaman a este país maravilloso “ El Techo del Mundo”, porque lo es, en toda su intensidad. E impresiona ver la cadena montañosa más alta del planeta. Jamás en todos mis viajes por tierras “alternativas” había vivido unas carreteras tan malas y duras.
No se pueden planificar trayectos de más de 200 kilómetros diarios, salvo en casos excepcionales, pues estos trayectos, en el medio de transporte más rápido, que son los autobuses o los Paoches (vehículos híbridos turismo-furgón), se tardan entre 8 y 10 horas. Hay que sumar desprendimientos del terreno, tremendamente frecuentes, obras en la calzada, ya que están intentando asfaltar el Tíbet, cosa que se me antoja complicado por su orografía y por el escaso interés del gobierno de la nación y porque, al final, la naturaleza puede más que los chinos, que Confucio, Buda y que el Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Aquí no hay tregua. Se pasa en un solo día del tórrido verano al frío invernal. Hace un sol de justicia de 35 grados, vienen unas nubes negras, descargan una cantidad de agua inimaginable y eso sumado al deshielo del Himalaya, hace que se vengan abajo montañas enteras, por esos cambios tan bruscos de temperatura, que dilatan y contraen absolutamente todo. La naturaleza no sólo es imprevisible, sino que aquí es muy rigurosa.
Son, en definitiva, carreteras muy precarias y aptas sólo para la población acostumbrada del lugar y para viajeros poco exigentes.
Tras una jornada de viaje, tenemos que descansar 2 días completos y reponernos, pues a las carreteras hay que sumar el otro factor destacable de este país: el parque automovilístico.
El parque automovilístico se compone básicamente de dos tipos de vehículos: las motos chinas, que han sustituido descaradamente y de largo a los caballos y los “Paoche”, término chino que designa a una mezcla, un híbrido entre un turismo normal y una pequeña furgoneta.
Ver a un tibetano Khampa (antigua etnia de guerrilleros que opusieron una cruda resistencia a los chinos durante la invasión), quienes son rudos, feroces y con cara de pocos amigos (aunque todos tienen una sonrisa descomunal cuando les dices “hola” en tibetano Ta-Chi-De-Lek, subido en una moto de éstas chinas, la cual tiene todos los abalorios de un caballo, menos la silla de montar, con música incorporada ( un altavoz en la parte de atrás o delante con música a toda pastilla, o sea, motos “tuneadas”); el tipo que suele medir 1,90 m., con pelo abundante, negro, con una coleta, vistiendo la ropa típica tibetana, con su “Chuba” que es una especie de abrigo con dos mangas muy largas, dejando al descubierto un hombro en señal de “virilidad” y atándose la otra a la cintura, todo eso, tocado con un gorro tipo vaquero, con botas, pantalones gruesos y un cuchillo de tres palmos a la espalda y siempre a la vista… Pues es todo un espectáculo.
Algunos, los más frioleros, llevan pasamontañas de ésos que llevan los atracadores de banco, con tres agujeros, dos para los ojos y uno para la boca, y se pasean así, sin quitárselo cuando se bajan de la moto… Y luciendo el cuchillito… Un número, de verdad. Las hay a miles… Las aparcan por todos lados como si fueran caballos, “atadas” a cualquier poste, especialmente sobre las aceras.
Hay autobuses, algunos vehículos destartalados y pocos 4X4 en los cuales se pasea la Policía y generalmente los chinos con un cierto poder adquisitivo.
El vehículo tipo, el estrella, el resistente, el de batalla, el usado por el pueblo llano y algún que otro “guiri” con ganas de experimentar el Tíbet en su esencia es el Paoche.
Descripción: 4 ruedas incluso más pequeñas que un turismo normal. Inexistencia de amortiguación (seguramente la tuvieron un día… pero tras 2000 kilómetros, calculo yo, por estas carreteras, desaparece…). Generalmente sucios, sucios de verdad, de no poder tocarlos. Constan de asiento del conductor con pasajero, un asiento detrás, donde caben 4 personas, con un asiento pequeño abatible, y tras ésta hilera, viene otro asiento donde caben 3 personas más, y detrás del todo, algo parecido a un maletero donde se mete el equipaje del personal. Con una baca también, para transportar materiales diversos, como sacos de cientos de kilos y demás equipaje.
Os juro que meterte una paliza de 200 kilómetros en un artilugio de éstos, es una auténtica “tortura china”, y nunca mejor dicho. Es un ejercicio de tolerancia y de resistencia. Tolerancia, porque cuando ya hay siete personas incómodas y muy apretadas ya metidas dentro y ves que el conductor se detiene para recoger a otro, el octavo, no te lo puedes creer, y cuando más adelante vuelve a parar porque ve a otro peatón por la carretera, piensas que va a parar con el fin de preguntarle algo y no entra en tu cabeza occidental y limitada que vaya a meter a otra persona dentro… Y te dan ganas de matar primero al que va a entrar y luego al conductor cuando ves que el tipo se sube al vehículo y todos empiezan a moverse para hacer sitio…
Y la combinación de este vehículo y la carretera, hace que “flipes en colores”. Empiezas riéndote, diciendo que no es posible, luego te pones mas serio pero aún te dices…”Jope”, cuando yo cuente esto a los colegas y le enseñe las fotos no se lo creen, y terminas tras 10 horas agotadoras de viaje preguntándote que por qué te gastas una pasta en ir hasta allí para eso.
Te empiezan a “caer gordos” hasta los tibetanos. La resistencia que crees que tienes como buen y curtido mochilero te la echan abajo estos tíos en un rato…
Ayer sin ir más lejos: Tagong-Ganzi, menos de 200 kilómetros: 10 horas completas de trayecto sin tregua, salvo para cambiar de vehículo 4 veces ( 12 euros). Nos ayudó a tomar los vehículos adecuados uno de esos monjes sonrientes y buenos… Hasta nos pagó dos de los cuatro trayectos. Te sorprenden estos tibetanos.
Hizo un calor de justicia, luego bajó la temperatura y llovió a mares… El conductor del trasto éste, el Paoche, un chino tipo “macarrilla”, con gafas de sol Dolce Gavana sobre el tupé de la cabeza, unos 20 años, conduciendo por los carriles como un kamikaze, fumando con la mano que coge el volante, con la otra hablando al móvil, lloviendo a mares y a escasos centímetros de un río de éstos caudalosos asiáticos que se lleva a pueblos enteros… Lloviendo de verdad, el limpia-parabrisas que no le funciona y el pasajero de al lado limpiándole el vaho del parabrisas con un trapo algo sucio… Esto es el aperitivo, “pá” empezar… Sin paradas para comer y dos paradas para “mear”… Ahí todos juntos, en medio del campo, hasta las monjas junto a nosotros sin ningún pudor, ahí agachadas remangándose el faldón… ¡Un número!
En uno de los recorridos, todos medio dormitando, pegando botes, con el cuello descoyuntado, se abrió el maletero y se fueron a “tomar por saco” las mochilas. Suerte que una de las monjitas que iba detrás del todo se dio cuenta… Y que no pasaba ninguno de los miles de mega-camiones de los que transportan los millones de metros de tela metálica para vallas el Tíbet, pues nos hubiéramos quedado sin equipaje.
Total, que un desastre… Pero un desastre fascinante. La mochila grande a la espalda (18 kilos), la mochila pequeña delante, al pecho, en una mano la bolsa con algo de comida y agua, en la otra el mapa de carreteras o el diccionario, las botas llenas de barro, el pantalón que llevas hace 15 días como el de los tibetanos Khampas, con mucha porquería encima, el chaquetón puesto o atado a la cintura, según haga 35 grados o llueva a mares, cientos de personas gritando a tu alrededor, humo, moscas, cansancio… Una mezcla difícil. Una sensación de abatimiento y de libertad suprema a la vez. Sabes que todo lo que necesitas lo llevas encima y que no te importa si te duchaste ayer, si te cambiaste los calcetines o si te quedan camisetas que ponerte…
Y bueno, a pesar de todos los inconvenientes, supongo que esa mezcla ingobernable, inexplicable y cautivadora hace que cada seis meses necesite meterme ese “chute” de sensaciones…