5.- Viaje a Hadramaout: Say´un. ( Seiyun)
الرحلة إلى حضرموت. سيئون
Tras 14 horas de autobús y mil kilómetros de desierto y montañas llegamos por fin a Say´un, la “ciudad” más grande de la región. Actualmente con 30.000 habitantes, fue en la antigüedad uno de los lugares más importantes en la ruta de caravanas.
Nos bajamos del autobús y nos golpea la sensación de 45 grados de temperatura. El aire es seco y el simple hecho de cargar nuestras mochilas nos supone un gran esfuerzo.
No hemos empezado a caminar, cuando se nos acerca un lugareño, vestido al modo tradicional, con una especie de pareo enrollado a la cintura, llamado Futa ( فوتا ), camisa con mangas largas y la preceptiva jambiya al cinto, y nos comunica que nos dirigimos inmediatamente a la comisaría de policía situada a pocos metros, en el Palacio del Sultán a fin de registrarnos. Nos quedamos de piedra. Evidentemente han detectado nuestra presencia o han sido avisados desde la frontera, y urge el que vayamos a hablar con la Policía, así que sin perder un minuto nos dirigimos al lugar.
El Palacio del Sultán es un edificio enorme que albergaba el museo y biblioteca de la ciudad. Actualmente cerrado no se sabe muy bien porqué, en su interior vive de forma caótica un destacamento de militares armados hasta los dientes y en una de sus salas se encuentra la “comisaría”, con consiste en una pequeña sala oprimente, con una calor sofocante, en la cual no hay mesa alguna, sino dos o tres tipos sin uniforme, descalzos descamisados y portando los omnipresentes fusiles de asalto AK-47 y mascando el Qat, los cuales son evidentemente policías. Nos prohiben hacer fotos de las instalaciones y de los soldados….
Hablar y entender el árabe con un yemení que tiene un carrillo lleno de hierbas de Qat y la boca totalmente manchada de verde balbuceando palabras en la lengua de Mahoma procurando que no se le salgan las hojas y la saliva, es sumamente complicado. Así y todo conseguimos hablar con el mando de la comisaría, un tipo menudo y delgado, moreno, sin afeitar, sudoroso, totalmente descamisado el cual nos manifiesta que somos los dos únicos extranjeros en la zona de Hadramaout ( una zona del tamaño de Andalucía), manifestándonos que no podemos movernos de la ciudad sin su autorización y que necesitamos registrarnos inmediatamente. Damos los pasaportes algo asustados y nos marchamos a buscar rápidamente un hotel.
En la ciudad apenas hay dos hoteles bastante cutres pero que nos sirven. Nos hospedamos en uno de ellos, nos registramos, dejamos nuestras cosas en una habitación espartana, sucia y de proporciones aceptables. El calor es aún mayor que en la calle. Dejamos lo que parece ser el aire acondicionado encendido a fin de refrescarla y nos lanzamos a la calle para “descubrir” la ciudad.
Say´un a decir verdad no tiene ningún interés. Una ciudad de pequeñas proporciones, algunas callejuelas, una calle principal con lo propio, barbería, taller de reparación de motos, algún “restaurante” para los locales y vendedores de Qat por todos lados. Hay un zoco modesto y poco surtido. Y eso sí, el calor infernal y aplastante del desierto. Nos tomamos un té ardiendo que nos reconforta un poco y seguimos camino.
Tras pasar la tarde, decidimos no permanecer en ese infierno más de 2 días, uno de los cuales utilizaremos para visitar lo que llaman “Manhattan del desierto”, Shibam, un pueblo cercano con edificios de adobe de más de 8 plantas.
Localizamos la estación de autobuses y una pequeña agencia donde intentamos reservar billetes para viajar a Sana´a y para nuestra sorpresa, nos dicen que no es posible para los extranjeros viajar por tierra a la capital. Nos quedamos a cuadros. Las agencias y estación de autobuses ya han sido avisados de nuestra presencia y les han prohibido vendernos billetes. No es difícil detectarnos, somos los únicos extranjeros en la ciudad. Lo intentamos en algunos establecimientos más y es imposible. Nos sugieren que volvamos a la comisaría y hablemos con el oficial.
Y así lo hacemos, volvemos al Palacio del Sultán a hablar con nuestro oficial de Policía, que tras tratar de convencerle nos dice que desde los últimos atentados con las 8 víctimas españolas del año anterior, está estrictamente prohibido viajar a Sana´a por tierra. Que existe un pequeño aeropuerto y que lo hagamos por aire. Entablamos una discusión con el, que si no tenemos dinero, que somos estudiantes de árabe, hermanos del pueblo musulmán etc…El tipo se muestra inflexible y tras mucho insistirle nos da la opción de hacer el trayecto por tierra pero bordeando el país por la costa, es decir, viajar a Mukalla-Aden-Sana´a, lo cual supone un rodeo considerable, unas 15 horas más de autobus. La zona de Marib está prohibida debido entre otras cosas a las luchas tribales, es una zona extremadamente peligrosa. Terminamos por rendirnos a la evidencia y aceptamos la situación y la sugerencia del oficial, el cual termina por resultarnos simpático y con el que al final compartimos un té. Su nombre: Hani (هاني )..Y junto a la palabra Rutaba ( humedad), también se convirtió en el emblema de nuestro viaje, pues por todos lados donde íbamos, lo conocían. Nos proporcionó un tashrih ( un permiso turístico, una especie de salvoconducto o autorización de movimiento) el cual nos permitiría viajar fuera de la ciudad y debíamos llevar siempre encima para poder pasar por los check-point del ejército que nos encontraríamos por las distintas carreteras.
Volvimos al centro de la ciudad y nos dedicamos a intentar sobrevivir a ese calor sofocante, metiéndonos en uno de esos “restaurantes yemeníes” donde tras una mesa bastante sucia comimos el “menú” del país: arroz con pollo y tortilla de tomates y pimientos o una especie de pure estofado de lentejas llamado Fasuliya.
Oscurece y el muecín entona el canto que llama a la oración: الله أكبر
أشهد أن لا إله إلا الله وأن محمدا رسول الله
“Allá es grande, atestiguo que no hay otro Dios que Allah y que Mahoma es su profeta”
Se escucha en toda la ciudad. El calor decrece, aunque de noche seguimos asfixiándonos, tan sólo ha bajado 5 grados la temperatura, 40 grados, corre una ligera brisa que nos seca las fosas nasales y nos deja completamente K.O. Nos refugiamos en la habitación del hotel, donde como siempre, el aire acondicionado aparte de hacer ruido, no enfría apenas, por lo que tras una ducha a través de un pequeño hilo de agua en una especie de bañera llena de cables eléctricos a su alrededor, conseguimos asearnos un poco y nos tumbamos reventados sobre nuestros camastros. El cansancio nos vence y nos quedamos dormidos a duras penas en ese horno de habitación, con el ruido de fondo del aparato de aire acondicionado….
A las 05.00 de la mañana nos despiertan los gritos de las diferentes mezquitas de esta inhóspita ciudad parece que olvidada por el resto del planeta. Para colmo tenemos la principal mezquita pegada a nuestra habitación. La luz del día, los gritos llamando a la oración y el tremendo calor a esa hora 38 grados nos hacen abrir definitivamente los ojos, y tras remolonear un poco más en la cama, decidimos levantarnos y largarnos lo antes posible de esa “insana y perjudicial habitación”.
Las calles aún desiertas, un sol de justicia en el horizonte, algún parroquiano de pocos recursos durmiendo en el suelo, la ciudad que comienza a desperezarse y nosotros que nos sentamos en un humilde chiringuito, “el mejor restaurante de la ciudad” según la guía de Lonely Planet, donde intentamos despejarnos con un buen té yemení con cardamomo cargado de azúcar. Posteriormente nos aprovisionamos de agua, algunas galletas y nos lanzamos a la aventura de conseguir vehículo con conductor para salir de la ciudad dirección a Shibam, a escasos 20 kilómetros, no sin antes avisar a nuestro “ángel custodio” el tal Hani, que a esas horas estaba totalmente despejado sin los efectos del Qat, algo más aseado pareciendo otra persona, sonriente, afable y permitiéndonos salir de la ciudad, con la obligación de volver antes del anochecer ya que se pronostican problemas de orden público….
Nos miramos el uno al otro diciéndonos que vaya tela como está la ciudad y el país en general, que las vamos a pasar “putas” y vamos a andar algo limitados en los desplazamientos, y procurando no toparnos con algún conflicto tribal por el camino.
Abandonamos la comisaría y conseguimos regatear con un taxista, el precio de la ida y vuelta a Shibam, en un destartalado y sucio vehículo que calculamos debe de tener más de dos décadas. Tiene sus cuatro ruedas y funciona, lo cual para nosotros, es más que suficiente.