8.- ¿ Bendita o maldita hora…?

 Jueves 8 de Marzo:

Sólo quedan dos días de Meditación intensiva, pues el 10º día al romperse el voto de Silencio y al comenzar a hablar e intercambiar opiniones, la mente parece ser que se distrae muchísimo y pierde calidad de concentración.

Pienso continuamente en el último “sprint”, en hacer el último gran esfuerzo. Me repito constantemente que es una ocasión única, irrepetible. Es un tren que no me puedo perder. No sé si en mi país, España, sería lo mismo. Aquí la atmósfera invita al aislamiento, a la interiorización, a la espiritualidad.

Las primeras horas de la mañana son como siempre buenas. La mente despejada, sosegada, tranquila, descansada, fluida, en paz. Conforme pasan las horas se va enturbiando y perdiendo claridad, perdiendo luminosidad. Comienza lenta y paulatinamente a enturbiarse, a agitarse.

Las rodillas acumulan el esfuerzo mantenido. Me duelen mucho. Son ya 70 horas sentado en la misma posición. Siguen los calambres y las palpitaciones a lo largo de las piernas, que son las que aguantan todo el peso del cuerpo, las que más sufren, con especial intensidad la izquierda, que me hace recordar una lesión que hace 15 años sufrí por un desgarro muscular en el muslo, y que me mantuvo sufriendo muchos meses, y que sigue dicho sea de paso, manteniéndome sufriendo en estos momentos.

Consigo prolongar todas mis sesiones hasta un máximo de 40 minutos, momento en que tengo que moverme, desdoblar las piernas, estirarlas, caminar, secarme el sudor, cambiar la posición.

En estas ocasiones en que la mente me vence, me quedo encogido, observando a los demás. Puedo sentirlos, sentir su esfuerzo, su lucha, pero la mayoría se mantienen inmóviles. Observo a mi derecha a las mujeres tailandesas, que por cierto, representan el 80% de los que allí estamos, veo a 2 monjas con el cráneo afeitado, llevan hasta las cejas afeitadas, van vestidas de blanco, a diferencia de los monjes que visten de naranja. Parecen estatuas. Ni un solo movimiento.

Cierro los ojos y escondo la cabeza entre mis rodillas. Me siento desesperado. Aunque estoy en una continua búsqueda, no consigo vencerme a mi mismo, no consigo la hora completa que parece ser básica a fin de alcanzar un mínimo de ecuanimidad, de equilibrio, de templanza para en el futuro seguir progresando en la técnica y en la resolución de mis conflictos.

La maestra me insiste en otra de mis entrevistas personales, que intente mantener el esfuerzo, que procure no reaccionar a la mente. Esta es la base del éxito. No reaccionar. Y por mi parte no dejo de repetírmelo, y de escucharlo en la voz en off de Goenka, en el silencio de la selva.

¿ Que demonios es No reaccionar a la mente? No puedo. O mejor dicho, puedo durante 40 interminables minutos pero no más. ¿Acaso 40 minutos no son suficientes para un pobre occidental ignorante como yo?

No juzgar, no pensar, no reaccionar. Simplemente observar. Es lo que me repite una y otra vez la maestra. Su expresión me anima a seguir esforzándome. Busco una solución, me gustaría tomarme una pastilla que me haga más fácil todo este esfuerzo. Ella con su mirada me da a entender que no debo de creer en las pastillas, que no hacen milagros ni curan, que debo confiar en mi mismo y que todo saldrá bien.

Lo asimilo, lo comprendo, pero no lo consigo. No consigo ese mínimo de observanción para superar esa maldita/bendita hora que comienza a antojárseme imposible.

Trato de mantenerme sereno para no obstaculizar mi progresión con mi retórica derrotista, pesimista.

He llegado demasiado lejos para rendirme ahora. Sería difícil volver a reiniciar un nuevo curso tras un posible fracaso como este que parecía que se avecinaba. La sensación de fracaso me atormentaba. Me obsesionó a lo largo de todo este día. Intenté hacer hincapié en la técnica pero el día se me hizo realmente penoso y me sentí realmente desilusionado conmigo mismo cuando me fui a la cama.

Me quedaban las 10 horas del día de mañana para practicar de forma intensiva, para volver a intentarlo. Las últimas 10 horas de esperanza.

Sería un nuevo día, con un nuevo sol, con una atmósfera totalmente renovada. Tendría nuevos sentimientos y tendría sobre todo que sugestionarme en tener unas expectativas moderadas, no pensar en el éxito ni en el fracaso, sino en el intento, en el momento, en observar y observar y observar. Y pasara lo que pasara iba a ser una experiencia grandiosa. Estaba allí, me había esforzado al máximo de mis posibilidades y debía aceptar la situación que se presentara.

No existía otra alternativa. Si lo conseguía no debía alegrarme con demasiada euforia y si fracasaba, sería señal de que tenía unos hábitos mentales muy poderosos, muy contaminados y que costaría mucho más esfuerzo de lo que yo pensaba, el descontaminarme de esos hábitos tan nocivos, que tanto me condicionaban a la hora de interpretar los distintos acontecimientos de mi vida.

Esa noche me acosté agotado aunque tranquilo. Me dormí profundamente. Fue la única noche que dormiría plácidamente de un tirón, sin interrupciones del sueño ni sobre saltos nocturnos.

Dormí tan profundamente que no escuché ni siguiera el Gong matutino. Me desperté 10 minutos más tarde, con el zumbido de mi despertador.

Era el último día, la última oportunidad. Más que oportunidad en realidad deseaba que fuera la culminación a tanto esfuerzo, y pasara lo que pasara, lo aceptaría….