6.- Lágrimas de cocodrilo…

Martes 6 Marzo.  

El lunes pasó de la misma manera que el día anterior. Muchos dolores, mucho sufrimiento, muchos intentos por mantenerme sentado sin moverme. Una y otra vez la falta de Ecuanimidad me venció.

Por lo que el martes, me levanté de nuevo con ganas de batallar. A primera hora, recién levantado, me paso por el comedor a leer las nuevas instrucciones. Sigue el mismo mensaje que hace 2 días: “…Seguimos con las 3 horas de Meditación Grupal…” Aunque han añadido otro: “… La práctica intensiva de la Meditación conduce al éxito…”

Lo cierto, es que sólo pensar lo que me esperaba ese día me hacía temblar: 3 horas de Meditación Grupal Intensiva más 7 horas de Meditación “relajada”. Sólo de pensarlo, me hundía. No podía creerme que en apenas 4 días sin moverme del sitio, se me había derrumbado toda mi capacidad de lucha, y llegué a pensar que no lo conseguiría.

Las primeras horas matutinas como los días anteriores: son claras, fáciles, agradables. Hoy por ejemplo, antes del desayuno estuve 45 minutos inmóvil sin moverme. Fue un pequeño triunfo. Comprendía cada día mejor, que el sufrimiento se origina en el interior de uno mismo, no en el exterior. Interioricé la 1ª Noble Verdad: La vida es Sufrimiento. La 2ª Noble Verdad: Todo sufrimiento tiene una causa. La 3ª Noble Verdad: Existe un camino para que el Sufrimiento cese: la Meditación. La 4ª Noble Verdad: La práctica del camino, la experiencia, la decisión de iniciar el camino de la Meditación.

Todos estos pensamientos me venia cada vez de forma más nítida. Me sentía a nivel mental,  bien o algo mejor que antes. Vislumbraba una pequeña luz, una salida a todo ese dolor que acumulamos. Para ello tendría que esforzarme mucho más, lo cual ya me parecía un esfuerzo fuera de mi alcance. Tendría que practicar con mucha fe y firmeza.

A las 06.30 a.m. sonó el Gong para ir a desayunar. Todos se levantaron y abandonaron la sala, como de costumbre. Yo me quedé sentado, paralizado sobre el cojín, encogido, escondiendo mi cabeza en medio de mis rodillas. Surgieron unas lágrimas. No era un llanto. Eran 5 o 6 lágrimas que resbalaron por mi cara hasta la barbilla, para terminar cayendo al suelo. Era sin duda una “limpieza del alma” como me dijo alguien una vez. Una auténtica liberación de energía interior. Eran las lágrimas del dolor, una somatización del sufrimiento, la comprensión de la aflicción.

Permanecí así, inmóvil, el rostro escondido entre mis rodillas durante unos minutos. Luego me fui a desayunar.

Este día lo recuerdo como importante, o más bien, como el más difícil de los experimentados hasta ahora, tal vez porque marcaba la mitad del curso y quedaba justamente “doble ración de sufrimiento”….y de liberación, sin duda.

Me sentía desfallecer y continuamente me decía a mi mismo que aquello era mi gran oportunidad si seguía siendo valiente y mantenía mis ganas de descubrir. Era una oportunidad única en la vida, la de asistir a un curso de este tipo, impartido por un maestro auténtico. Había llegado ya muy lejos y tenía el privilegio de mejorarme aprendiendo una técnica que me estaba “purificando”. Debía sacar fuerza, empeño y coraje del último lugar de mi cuerpo. Al fin y al cabo, se trataba de sensaciones. No eran dolores ni molestias reales. Eran sensaciones fabricadas por mi mente, nada reales, y mucho menos permanentes.

Este día se desarrollo con el mismo Sufrimiento que los anteriores. No conseguí terminar mis meditaciones sin moverme. Estaba claro ya algo fallaba aún. Que no era lo suficientemente objetivo y básicamente, que era todavía demasiado reactivo. Si me movía era un síntoma que no era capaza de “no reaccionar”. Es decir, que me dejaba arrastrar por mi mente “dominadora”.

Al final de los periodos de Meditación Grupal, volvía a surgir la voz en off de Goenka, que para finalizar su discurso pronunciaba 2 palabras en Palí:

“…Bavathu Sabbe Mangala…” ( Que todos los seres puedan ser felices….). A lo cual, el que lo deseaba, contestaba postrando la frente y ambas manos en el suelo, “…Sadhu, Sadhu, Sadhu…” ( Que así sea….)

Lo cierto, es que esas 3 palabras me sonaban a gloria. Marcaban el final de la “tortura”, el poder levantarse, estirarse, moverse y huir del templo durante un momento, a fin de conseguir de nuevo riego sanguíneo en las piernas.

No podía evitar recordar una y otra vez, que cada vez que me rendía durante la hora de Meditación, miraba a mi alrededor para ver como se encontraban los demás. Aparentemente, todos seguían inmóviles, lo cual me hacía sentirme como “demasiado contaminado”, como el más perezoso en la sala. Vamos, que mi mente estaba en peores condiciones que la de los demás…y no podía evitar compararme. Y evidentemente, a casi todos los nuevos alumnos nos ocurría lo mismo. Cuando no aguantábamos más, desdoblábamos las piernas, nos estirábamos y tras una breve pausa, volvíamos a sentarnos en la posición inicia. Nadie de los nuevos aguantaba una hora seguida. Pero aunque lo intuía, no lo sabía con certeza. Dudaba de todo. Me moría de ganas de preguntarle al de al lado, cómo le iba, si le dolían las piernas, si lloraba, si se le había roto el alma en mil pedazos como a mi.

Era demasiado absurdo romper el voto de Silencio para buscar una referencia en los demás. No comprendía aún que ese silencio, ese aislamiento personal no era precisamente para “buscar otras referencias ajenas”, sino más bien todo lo contrario. Cada experiencia y la progresión personal en la Meditación es única. Cada uno debía seguir su propio ritmo sin otra referencia que la interior. Y eso conlleva confusión, inseguridad, dolor, dudas pues parece que siempre necesitamos “medirnos” con los demás, buscar apoyos y seguir sin querer el ritmo externo, olvidándonos del nuestro, el personal, el único, el auténtico.

Este día había iniciado un ayuno casi total, excepto un puñado de cacahuetes en el almuerzo. El calor, la comida picante, el sueño acumulado durante tantos días ya y el cansancio general, me hacían sentirme enormemente pesado por las tardes. Y si bien evidentemente noté que perdí algo de peso, mis sensaciones y meditaciones fueron mejorando. Y paradójicamente, no sentía hambre. Centraba todas mis energías en el esfuerzo exigido y definitivamente, el tomar esta decisión me ayudó bastante. Incluso a veces, en algún descanso, me colgaba del quicio de una puerta y hacía flexiones con los brazos. Me sentía tremendamente liviano, apenas me cansaba y podía efectuar muchas más flexiones de las que hacía normalmente. El ¿ por qué?….Ni idea…¿ Tantísimo poder tiene nuestra mente…..? Pues creo que si.

Terminé el día agotado. Totalmente extenuado. Después de tomar una ducha de agua fría, caí en el camastro y me quedé dormido de inmediato. Retumbaban en mi mente las 3 palabras de Goenka, como si fueran una canción de cuna “…Bavathu Sabbe Mangala…”