14.- Derge: Un monasterio- imprenta  a  4.327 metros

 

Pueblo incrustado entre montañas  a 4.327 metros. La gente se nota que es un poco diferente, como más de pueblo, más cerrada.

La llegada ha sido extraña, hemos empezado a buscar hotel y nos han rechazado en dos de ellos. Muchos hoteles no aceptan extranjeros. Sabíamos que ocurría, pero pensamos que era hace unos años. Pues no, todavía sigue la prohibición en algunos sitios como éste. Así que nos ponemos a caminar y encontramos al fin uno bastante aceptable por 12 euros la habitación doble.

Como siempre, dejamos las cosas en la habitación y nos lanzamos a descubrir esta pequeña ciudad-pueblo. Noto que aún no he terminado de aclimatarme del todo a la altura. Hay momentos en que respiro con dificultad y tengo sensación de ahogo. Al fin y al cabo estamos a casi 4.500 metros, que para los que vivimos en la costa, pues es bastante. Y subir a esas cotas en pocos días, produce sensaciones incómodas.

Lo único atractivo de este lugar es el monasterio-imprenta de Bakong. Y lo cierto es que es espectacular. Aunque el pueblo carece totalmente de interés, el monasterio por sí solo merece meterse 8 horas de autobús por un paisaje tan espectacular como peligroso.

La imprenta es totalmente manual. En la planta baja, un grupo de hombres limpiando tablas manchadas de tinta con criptografía. En la primera planta, varias parejas de hombres, imprimiendo de forma rústica tiras de papel que utilizarán los monjes para estudiar el budismo. Es todo un espectáculo ver trabajar a estos hombres, a una velocidad alucinante, provistos de material rudimentario. Otros hacen las tablas con la escritura tibetana incrustada en ella. Un trabajo llevado a cabo por un grupo de jóvenes que trabajan en un anexo al templo. Todo se hace a mano, desde el papel hasta la propia terminación de los libros. Es un trabajo artesanal y todo un arte. Interesantísimo.

Aparte de esto, pues nos queda dar muchas vueltas al monasterio, repitiendo el ya famoso mantra tibetano OM-MANI-PADME-HUM como todos los demás, vueltas y vueltas y más vueltas hasta casi entrar en trance. O puedes optar por mirar a la gente, que es todo un entretenimiento, pues vienen nómadas de las afueras con sus trajes típicos. Pasamos dos tardes enteras aquí, prácticamente viendo el monasterio y en sus alrededores.

Las mujeres tibetanas son coquetas. Te miran por el simple hecho de ser extranjero, te tocan los brazos, te dan la mano, te tiran del vello de los brazos y bromean mucho. Incluso, en una ocasión, en una tienda, tres tibetanas algo rudas terminaron bromeando con nosotros y prácticamente con las bromas terminaron “metiéndonos mano”… Así, por la cara… Que tuvimos que salir los dos corriendo de la tienda y una de ellas persiguiéndonos diciendo con gestos algo así como que éramos unos “mariquitas”… Mi colega ya me había advertido de la naturaleza algo salvaje y juguetona de algunas tibetanas, pero no me lo creí hasta ese momento.

Por la tarde, dando vueltas al monasterio, también entablamos un poco de conversación a duras penas, medio en chino, algo de tibetano e inglés y mucha mímica con algunos hombres y mujeres. Concretamente con dos nómadas. Fue una ocasión para comprender un poco más el mundo nómada. Una de ellas, con 30 años, nos presentó a su hija de 16 años. La otra mujer, de 20 años, aparentando algo más, no sabía ni escribir. Tenía manos fuertes y sucias, un rosario budista, un sombrero debajo del cual se ocultaba, pues algunas mujeres son algo atrevidas y otras muy  tímidas, hasta el punto de que parecen niñas pequeñas, se sonríen, se sonrojan y casi salen corriendo, para luego volver a buscarte, para seguir charlando. Hicimos cientos de fotografías a la gente allí reunida, algunas veces se formaban corros a nuestro alrededor para verse en la cámara. Para ellos todo es mágico. Se sorprenden de las cámaras y se ríen al verse, se ríen a carcajadas y nos dan las gracias, y nos dicen que giremos con ellos alrededor del templo.

  1. sabina says:

    ¡qué rudimentario pero qué hermoso a la vez!