8.-Tagong: Un monje tibetano que no sonríe. 1 Julio 2010
Hoy he visitado un monasterio budista. Es de pequeñas dimensiones, situado en un extremo del pueblo y completamente lleno de peregrinos a todas horas. Alrededor de templo principal hay cientos de Ruedas de Oraciones que los peregrinos hacen girar una tras otra en su recorrido alrededor del templo ( Kora), haciéndolo en la dirección de las agujas del reloj. Hay un espacio con cientos de Stupas (o también llamados Chörtens). Son monumentos funerarios sagrados con reliquias de lamas o monjes relevantes.
En la tradición tibetana no existen los enterramientos ni las incineraciones. Se traslada el cuerpo sin vida a una ladera específica, donde es descuartizado y expuesto a los buitres, que devoran el cadáver totalmente. Es el ciclo natural de la vida. Son los llamados Funerales Celestes. Sin embargo, cuando el personaje tenía cierta relevancia, se guardaba algunos cabellos o trozos de hueso que introducían en el Chörten y de esta manera servir de lugar de peregrinación.
Me llamaba la atención este pequeño anexo del monasterio principal pues veía cada día dirigirse al lugar cientos de peregrinos, gente mayor, familias campesinas muy humildes, de manos rudas y sucias, algunos sin dientes o con empastes de oro ( en ellos invierten el poco dinero que tienen, por si viene dificultades, tener algo “en la boca”) , vestidos con sus tocados tradicionales muy raídos, con sus Manikor (molinillos de oraciones), pasando las cuentas de sus Malas ( rosarios tibetanos de 108 cuentas), recitando de forma monótona distintos Mantras (oraciones).
Me quité los zapatos y me introduje en el templo. El suelo estaba sucio, lleno de granos de arroz de las ofrendas, pegajoso del aceite que derraman los novicios al llevar en sus teteras el líquido para las lámparas. Todos estaban como en trance. Se oían cánticos y multitud de monjas encendiendo cientos velas con cera de manteca de yak. Hacía un calor tremendo. Me iba arrastrando de rodillas, filmando algunas escenas, haciendo fotos de forma discreta, sin flash… Algunos me pedían fotos, otros se tapaban la cara, otros me tocaban la cabeza como si fuera un monje o miraban los distintos tatuajes budistas de mis brazos, con el mantra tibetano más famoso “OM-MANI-PADME-HUM, la figura de los Ojos de Buda ( Buddha´s eyes), el Nudo sin Fin ( endless know), El Rostro de Buda ( Buddha´s face),… Algunos hasta se asustaban de ver un extranjero e incluso algún niño pequeño se puso a llorar.
Estaba mezclado entre ellos, cuando de repente siento un golpe en el hombro. Me vuelvo y veo a un monje enorme, con cara de mala bestia que me requiere a que pague y que me vaya. Me levanto y le digo que no pago, que estoy rezando con ellos, y el tipo me insiste con mucha contundencia y cara de eso… de animal. De hecho me llamó la atención que es el primer monje budista que veía en mi vida que no sonreía.
Salgo por no liarla y porque asumo de alguna manera mi travesura (hacer fotos en el interior…), me pongo los zapatos y me voy fuera, y me dedico a hacer fotos a los niños en la puerta. Me digo a mi mismo: “…Mantente Zen, alimenta tu Karma, no te dejes llevar por el calentón, que al fin y al cabo está en su derecho de pedirte dinero sólo a tí porque eres guiri , buen rollito, etc…”. Cuando de repente veo que de la ventana de la planta superior el tipo me vuelve a recriminar, a lo cual con mímica le digo que qué quiere… Me dice de forma muy contundente que suba inmediatamente. Y claro, ahí voy yo “parriba”… faltaría más. Después de haber repelido el ataque de la manada de perros tibetanos, ya iba yo de aquella manera, es decir, un poquito combativo…
El piso superior está ricamente adornado. El suelo más limpio que “los chorros del oro”. Veo al tipo sentado junto a otro igual con el mismo tamaño de cabeza y corpulencia, bien alimentado, con la dentadura perfecta y limpia, sin caries aparentes ni empastes de oro, todas las piezas dentales impecables, bien aseado, manos limpias, sentados y mirándome. Junto a éstos se encuentra un tercero, en una tarima elevada, con cara de bufón, ojos saltones, mirándome desafiante. Me acerco y el monje me vuelve a pedir dinero. Le digo de nuevo que no. Le explico que soy extranjero, que tengo la mala costumbre de sentir ciertas simpatías por los tibetanos y su causa y que, como sigan así “sableando a los guiris” como si esto fuera un zoco marroquí, se van a quedar solos en el mundo… Bueno, solos no, más bien, acompañados de los chinos, con quien tan bien se llevan. Todo esto se le digo en plan “guay”, con una sonrisa en la boca, con mucha educación y compasión… Nada de malas caras ni agresividad… Más bien con un poco de tristeza por ver como “algunas clases” viven de sablear al pueblo llano con sus religiones…
El tipo se ríe y mira a los otros dos que se ríen también pero en plan descortés, sin respeto, como diciendo “Mira el chalao este…”, y con algo de prepotencia me vuelve a requerir a que le dé dinero, un donativo o algo así, que necesitan literalmente mucho dinero para construir más templos. Saco un billete de 5 Yuanes que tengo a mano (unos 50 céntimos de euro) y se lo entrego al que parecía el bufón, que por cierto estaba amasando una cantidad importante de dinero, supongo que de los donativos de los humildes y devotos peregrinos… para construir templos de techo dorado… Y el tipo se ríe, como diciendo que valiente porquería le doy como donativo…
Y a modo de despedida le tiendo la mano en señal de amistad, a pesar de no estar de acuerdo con sus puntos de vista… Le digo que Buda, Dios, la Energía o lo que sea está en mi interior, en mi corazón y le señalo también su corazón… Y el tipo me rechaza la mano y me dice que se lo enseñe si tengo a Buda en mi corazón, no sé si para hacer una gracia con sus dos colegas monjes tibetanos o porque decididamente estaba un poco incapacitado mentalmente y no daba mas de sí, el muy “gili”. Ya de entrada, en esta cultura, el tender la mano y no cogerla es una ofensa, un desprecio, y que lo haga un monje es algo rarísimo.
Total, que viendo el panorama, le confieso que me siento un poco triste por su actitud, y les digo DE-MO–.— TSE-RIN (adiós en tibetano, en dos de sus dialectos). Me marcho de la estancia, y los escucho a los tres reírse a carcajadas.
Y, casualidades de la vida (y juro que no la he buscado esta vez…), esa misma tarde estoy paseándome por la entrada del mismo templo y me tropiezo de frente con el mismo monje que me requirió el dinero por la mañana. El tipo de 1.90 metros, 100 kgs., joven, como ya dije, bien alimentado y con muy malas pulgas… en realidad tenía más pinta de un portero de “ puticlub”.
Estaba con un fajo de tickets de entradas en una mano, y amasando un fajo de billetes en la otra, intentando que no se le escapara un minibus de turistas chinos que había parado, para cobrarles “el impuesto revolucionario” por tomar fotos a la fachada , y el tipo que se me encara como diciendo… Otra vez tú por aquí, y me quedo mirándole sin pronunciar una palabra aunque mirándole fijamente, y se me viene en actitud agresiva gritándome otra vez algo así como que esta mañana había entrado sin pagar y le había robado el espíritu a los monjes con las fotos… me coge de la mano y me la empieza a retorcer dirigiéndose a la entrada del templo no sé con qué intención. El tipo realmente me hace daño en la muñeca y me resisto un poco, no es plan de “darme de ostias” con un monje tibetano en el Tíbet, no quedaría “muy budista”, así que le digo que me suelte y en el forcejeo se le caen todos los tickets al suelo y ni se da cuenta. Por fin tomamos alguna distancia y me dispongo a marcharme, pero me entra un pequeño soplo de consideración y por qué no decirlo, de arrepentimiento por haberme dejado llevar por “su mala onda”, mientras el tipo sigue gritándome me agacho a sus pies y le recojo en silencio todos los tickets del suelo, uno por uno… En la maniobra, se me caen las gafas de sol al suelo mientras me incorporo… Me levanto a darle los tickets, y el monje se queda un poco perplejo y bloqueado, y a su vez se agacha, recoge mis gafas y me las entrega… Como si al final, hubiéramos con el gesto firmado una tregua… Y cada uno sigue su camino.
Extraña historia. Nunca en mi vida me había tropezado con un monje así. He viajado a muchos lugares y entrado en muchos monasterios budistas y no sólo no me han impedido el paso sino que me han invitado a rezar, cantar y comer con ellos. Y he hecho fotos y filmado y los monjes en plena plegaria han levantando la cabeza y al verme han sonreído.
Es una infinitésima excepción a la regla. Uno entre un millón. Un pobre mortal vestido de naranja, “disfrazado” de monje y envenenado por la codicia. Un pobre diablo, supongo, pues ningún monje budista haría eso. Son exactamente todo lo contrario. Su carta de presentación es siempre una sonrisa, la amabilidad, la serenidad…
Y me digo a mí mismo que en todos lados cuecen habas, y que no iba a ser menos entre los monjes tibetanos.
Moraleja: nunca falta la oveja negra…