3.- . Una hemorragia emocional.
Viernes 2 de Marzo
El segundo día fue un calco del primero en cuanto a horarios, comidas, reuniones, Meditaciones etc. Todo parecía exactamente igual. Todo excepto nosotros mismos.
Cada vez era más consciente de mi respiración y eso me hacía sentirme bien. Notaba el progreso. Podía notar como algo se estaba removiendo en el interior, pero esta vez de una forma real, auténtica y profunda.
Me encontraba rodeado de gente, pero la sensación era de aislamiento, de soledad infinita. Sentía que tenía las herramientas para “operarme” pero no sabía aún como utilizarlas. Me sentía abandonado a mi suerte, sin apoyo, sin ayuda. Tan sólo con unas palabras de aliento en inglés y al final de la jornada, cuando me encontraba tan agotado que me quedaba medio dormido apoyado en la pared, aunque escuchaba la voz de fondo, que me inspiraba una gran confianza y esperanza. Me hacía creer en mí y en mi esfuerzo. Era un esfuerzo intenso, en solitario y en silencio.
La mente seguía por su lado con su peculiar rebelión, enviando señales de todo tipo al cuerpo. Y lo que más se acentuaba era el dolor de las rodillas, que me hacía cambiar de posición cada 5 minutos. Las extendía, me ponía de pie, salía a pasear para desentumecer los muslos y las pantorrillas. Recomendaban evitar levantarse, por eso la mayor parte de las veces permanecía sentado sobre el cojín, extendía las piernas a una lado, ya que para los budistas, los pies son la parte más impura del cuerpo y nunca se debe apuntar con ellos a una imagen de Buda o al maestro que dirige la Meditación.
La cabeza por el contrario es la parte más sagrada. Jamás se debe tocar la cabeza de un niño con la mano. Se considera una ofensa.
Notaba como conforme transcurrían las horas en posición inmóvil y concentrado, la conciencia iba sufriendo un proceso de metamorfosis, haciéndose mas ligera, mas sutil, mas sensible. Pero también sentía la fuerza, el apego, el condicionamiento de años. Y la mente no se adaptaba, continuaba muy agitada, como un caballo desbocado o como suelen decir aquí, “… con la fuerza de un elefante en celo…”.
Las primeras horas de la mañana son las más sosegadas. Me sentía despejado, recién levantado la mente está aún tranquila, no está contaminada de toda la agitación del día. Costaba menos trabajo meditar, requería un esfuerzo “menor”. Sin embargo, las horas de la tarde eran soporíferas. Una pesadilla interminable. La mente, con el paso de las horas, acumula bastante agitación. El esfuerzo requerido es inmenso, sostenido y a veces me parecía sobrehumano. En esas horas de sopor atacaban sin piedad el calor, el sueño, la pereza, la impaciencia y la ansiedad.
Por las noches, no conseguí dormir más de 4 horas seguidas. La aclimatación sumado a la excitación de la experiencia no me permitían descansar bien. No era un sueño reparador. Después del único almuerzo del día, me embargaba por el contrario un sueño apabullante. Pegaba alguna cabezada en mi habitación, pero recordaba continuamente, que había que evitar dormir o distraerse. No sólo había que mantener la conciencia en las horas de meditación, sino también durante el resto del día. Dormir de día “restaba calidad” al curso. Por lo que la lucha era “sin cuartel”. Así que decidí que para contrarrestar el sopor posterior al almuerzo, dejar de comer o al menos comer menos, ya que además la comida era muy picante y no me sentaba nada bien. Pensé que podría aprovechar ese proceso de purificación mental y hacer también uno físico, y así sería más “completo”. Y parece ser que el ayuno afinó más la meditación de la tarde, me sentía menos agitado, más concentrado, con menos “calor”. Pretendía experimentar, probar algo que mejorara mi vitalidad durante las horas posteriores a la comida.
Tras la misma disciplina que el día anterior, este segundo día terminó con más cansancio aún. Un intensísimo dolor en las rodillas, me encontraba muy fatigado y con la mente en “colapso” ante el intenso esfuerzo a las que les estaba sometiendo.
Me acosté protegido bajo mi mosquitera, escuchando los insectos en el silencio de la noche.
Hice un repaso a todas las sensaciones vividas. Pensé que aún faltaban 8 días a ese mismo ritmo. Y empecé a tener dudas. El sufrimiento seguía su progresión ascendente. Temía “rajarme” y dejar el curso a medias. Tenía miedo de fracasar. Me parecía todo muy duro. Las exigencias del curso parecían requerir una gran capacidad de sacrificio, que no sabía muy bien si iba a poder conseguir. Me desalentaba por momentos. Estaba confuso, aturdido por tantos cambios, por ese “parón” que estaba sufriendo mi vida, mi cabeza, mi conciencia. Sentía una herida abrirse, una hemorragia emocional sin fin. Un chorro de emociones bajo presión, necesitando salir al exterior.
El cansancio me venció y me dormí plácidamente. La cama no tenía colchón, tan sólo una especie de goma-espuma finísima. Puse mi aislante pero no sirvió de mucho. Me dolía la espalda también, y en fin, todo estaba en mi contra, o al menos eso filtraba mi mente condicionada. ¿ O no sería más bien, que todo estaba a mi favor….?