1.- Un monasterio budista: El lugar perfecto para esconderse…

Miércoles 28 de Febrero: La llegada.

Anoche llegué a Bangkok. Aún hoy siento el desajuste horario ( Jet-Lag), que se me hace más penoso con el tremendo calor y el alto grado de humedad de esta inmensa ciudad.

A mediodía me dispongo a dirigirme hacía la estación de autobuses de MO CHIT MAI, en el otro extremo de la ciudad, a 2 horas en taxi de la principal calle para mochileros de bajo presupuesto, KAO SAN ROAD, encrucijada de culturas y nacionalidades del mundo.

El tráfico es infernal y la contaminación supera todos los niveles permitidos en Occidente. Cientos de miles de personas deambulan por las calles. Vehículos totalmente parados en la calzada sin que puedan circular debido a los embotellamientos. El típico “caos organizado” asiático.

Siguiendo las instrucciones que recibí por internet al enviar mi solicitud para asistir al curso de Meditación Vipássana, tomé un  autobús en la estación ( no recuerdo exactamente ni número ni lugar de destino), me subí en él y pude comprobar que obviamente era el único “falang” ( así llaman los tailandeses a los extranjeros, “guiris” en nuestro país) que viajaba en el vehículo.

Sinceramente aún siguiendo las instrucciones, ni siquiera sabía a dónde me dirigía, aunque confiaba. Tan sólo pregunté al conductor por una parada en el trayecto como a unas 3 horas de la capital, a lo que me contestó con una sonrisa, invitándome a que me sentara  y que me avisaría cuando llegásemos al lugar.

Estaba como soñando. No era consciente realmente de hacía donde me dirigía. No estaba aclimatado absolutamente a nada, ni a los horarios ni al lugar y me encontraba viajando a un lugar desconocido, a un “Wat” ( templo de meditación budista) en medio de ninguna parte. Me repetía a mí mismo que debía estar muy desesperado en mi vida para ir hacía dónde iba, es decir, hacía  algo totalmente desconocido.

Mi vida en ese momento era un pequeño caos de emociones, con muchas cosas mezcladas y desubicadas. Me encontraba en una de esas encrucijadas de la vida, en que sabes que hay algo que no funciona nada bien y hay que tomar un camino diferente, al que  utilizabas hasta el momento ya que ese, simplemente había dejado de servir.

Tras tres horas de caluroso viaje, me apeé en un cruce, siempre según las instrucciones recibidas y las indicaciones del conductor, e inmediatamente pude ver el cartel con la palabra “ Dhamala”, que señalaba el sendero para alcanzar el templo, a unos 500 metros.

Eran las 17.00. El calor era aplastante, unos 40 grados, el sol abrasador no daba tregua, y allí me encontraba yo, con la mochila a la espalda y la espalda empapada,  dirigiéndome al templo, muerto de miedo.

Aunque tenía una curiosidad inmensa, me invadía una sensación de ansiedad, un desasosiego interior que por poco me hace retroceder y volverme a la parada para esperar otro autobús de vuelta a Bangkok. Lo único que sabía es que me encontraba muy lejos de casa, a unos 15.000 kilómetros, en una selva tailandesa, en la provincia de Prachimburí.

Hoy día, puedo recordar que cuando me estaba acercando al tempo, presentía como presienten los animales cuando se avecina una catástrofe natural, que estaba a punto de comenzar una “catástrofe” en mi vida, cuyas consecuencias realmente desconocía. Es cómo si todo se estuviera derrumbando a mi  alrededor. Presentía que de allí no saldría la misma persona que estaba a punto de  entrar.

El “Wat” no presentaba muro alguno. Estaba  delimitado por barreras naturales, concretamente un río, que lo rodeaba totalmente y una carretera secundaria en uno de sus laterales. Había mucha vegetación, estaba prácticamente camuflado en un llano de  la selva,  rodeado de  grandes zonas verdes.

El acceso era por una entrada principal que inmediatamente daba a un amplio comedor, el cual carecía de paredes. Se componía de una estructura metálica con grandes toldos laterales para amortiguar el calor. Todo lo demás estaba al aire libre.

Conforme me iba acercando al templo se iba acrecentando mi miedo. Tan solo el hecho de pasar 10 días en silencio, sin pronunciar una sola palabra, me producía una sensación difícil de explicar. Sentía cada vez con más intensidad ese “derrumbamiento interior”, como si todas las estructuras sobre las que tenía asentadas mi vida, mis emociones, mis anhelos, mis valores, mis sueños, se estuvieran viniendo abajo.

Me perseguía la palabra “miedo” en todo momento, y realmente, tenía la firme intención de desprenderme o desactivar esa sensación. Por eso supongo estaba ahí, para aprender. Y en el fondo, me asustaba aprender, aprender a meditar, pues según había sabido a través de mis lecturas sobre todo, las personas con esas experiencias habían cambiado, y sus vidas habían adoptado un cierto sosiego a través de un “proceso alquímico de transformación de las emociones”, no exento de dolor,  y que todo ello se solía conseguir con la práctica diaria de la Meditación.

Una vez traspasada la entrada del templo, lo primero que percibo es la segregación sexual. Los hombres en el lado izquierdo y las mujeres a la derecha. El comedor separaba ambas mitades por unos paneles blancos a modo de pizarras enormes, en las cuales irían anotando diariamente las instrucciones a seguir. Todo sin pronunciar una palabra.

Me recibió un “falang”, es decir, un extranjero, como yo. Se llamaba Mark, británico aunque hablaba bastante bien el francés, que era el idioma en el que me desenvolvía mejor. Pude percatarme que en el comedor había otros extranjeros recién llegados, con la misma carita de circunstancia, de despiste. Había también muchos tailandeses de todas las edades. En total seríamos entre hombre y mujeres, aproximadamente 100 personas.

Mark me dio la bienvenida, me hizo rellenar un cuestionario personal sobre los motivos que me había llevado a llegar hasta allí, sobre mi interés por la meditación trascendental, sobre posibles enfermedades físicas o mentales, dependencias y cosas por el estilo. El tipo no era demasiado comunicativo, más bien escueto, parco en  palabras y algo serio. Le acompañaba un tailandés y los dos eran “Dhamala workers”, es decir, voluntarios laicos del templo.

El cuestionario hacía hincapié en que la Meditación no era una “panacea” ni ningún remedio milagroso a las depresiones, ansiedades, dependencias,  cáncer o cualquier otro tipo de enfermedad o disfunción, tanto física como mental. Se insistía en que debíamos afrontar el retiro de 10 días con una fuerte determinación,  como una búsqueda de uno mismo, un período intensivo de reflexión que nos llevaría a “afinar” de algún modo a través de la práctica nuestra conciencia, para así poder ver las cosas con más claridad, sin que todo ello fuera la solución final a todos los sufrimientos o enfermedades acumuladas a lo largo de nuestras vidas. Se podría decir que iba a ser algo parecido a una “intervención quirúrgica” sobre nosotros mismos, y llevada a cabo sin ayuda ni anestesia. Y esto  asusta bastante, por los propios condicionamientos culturales, sociales y familiares, ya que nos pasamos gran parte “diseccionando” la vidas ajenas en lugar de hacerlo con la nuestra.

Tras la presentación, nos dieron por escrito las normas del centro, el código moral de disciplina y el programa a seguir. Me hicieron leerlo de nuevo detenidamente y me reafirmé en que aceptaba todos los términos, insistiendo  mi determinación  para enfrentarme a esos diez días de curso. El dejarlo a mitad podía ser peligroso ya que implicaba un sentimiento de fracaso y culpa difícilmente superable. Me reafirmé aunque cada momento me encontraba más asustado, a pesar de tener esa gran determinación que se exigía. Aunque creo que en realidad, no estaba seguro de mi determinación….

Como pude comprobar a lo largo del curso, esa actitud, esa determinación era básica para garantizar el éxito, pues los 10 días requerían un esfuerzo muy intenso tanto físico como mental. Pero este aspecto aún lo desconocía.

El código moral en el Dhama ( filosofía budista) consiste en aceptar 5 preceptos para los que se inician en los Retiros de Meditación, los “new students” o novatos.

1.- No matar ningún ser vivo, incluidos insectos…mosquitos, arañas, escorpiones etc.

2.- No robar  ni tomar prestado nada sin permiso de su propietario.

3.- No mentir o decir palabras ofensivas.

4.- No tener actividad sexual ni compartida ni en solitario.

5.- No consumir drogas ni alcohol.

Había 3 preceptos más para los “old students” o veteranos, aquellos que llevaban más de un retiro:

6.- No ingerir ningún alimento sólido después del mediodía.

7.- No dormir en cama “lujosa”, es decir, con colchón, sino en una cama básica, simple, sin colchón.

8.- No llevar adornos, pendientes, anillos, pulseras et…ni maquillaje.

Aunque en realidad estos preceptos se extendían a todos. La única excepción es que los novatos podrían ingerir en la hora de la merienda aparte de líquido, alguna galleta o fruta.

Nos solicitaron asimismo desprendernos de los símbolos o amuletos religiosos y guardarlos, así como abstenerse de llevar a cabo rituales o preceptos religiosos durante el curso completo. Era conveniente no mezclar otras técnicas con la  técnica de Meditación y además dejar depositadas en la caja fuerte de la recepción todas las cosas de valor, dinero y pasaporte.

Para ser sincero, lo de dejar el dinero y pasaporte en una caja fuerte de una gente que no conocía de nada no me tranquilizaba demasiado y aunque me considero algo ingenuo, no pensaba llevar a cabo esta sugerencia, así que me quedé con todas mis pertenencias en la mochila. Se me vino a la mente inmediatamente esas imágenes de las sectas y organizaciones “destructivas”, con sus miembros “presos” de sus líderes, careciendo de autonomía, de recursos, “enjaulados” a merced de unos desconocidos que decían ser amigos, con la promesa de liberar del sufrimiento terrenal, y lo difícil que era salir de ellas, “desengancharse”. Desconfiaba aún de aquel lugar y aquellas gentes, si bien he de decir, que tras dos días en el templo, opté yo mismo por dejarlo todo en la caja fuerte de la recepción. Comencé a confiar por los propios acontecimientos que iban a ir desarrollándose.

Había que abstenerse de hacer fotografías, leer o escribir absolutamente nada. El poco tiempo libre del que íbamos a disponer se debía dedicar a descansar sin ningún tipo de distracción, lo cual nos forzaba a estar continuamente atentos a nuestra mente, a nuestros pensamiento.

Lo más importante era el voto de Silencio Absoluto, “ Noble Silence”, hasta finalizar el curso. Sólo se podía uno dirigir con la palabra al voluntario, en casos estrictamente necesarios. Después de cada almuerzo al mediodía, había un periodo de entrevistas personales para aclarar dudas sobre las técnicas de meditación aprendidas, nada de dudas filosóficas, existenciales u otros aspectos morales o religiosos surgidos. Tan sólo  consultar aspectos relacionados con el aprendizaje. Fuera de eso no estaba permitido hablar con nadie.

Todas estas normas nos las iban explicando de una forma  clara y aséptica, sin ningún matiz o grado de emoción. Todo era pronunciado en el mismo tono imperturbable.

Lo del Silencio Absoluto era lo que me parecía más difícil. Diez días sin hablar con nadie se me antojaba un reto inalcanzable, y más aún cuando convives con 100 personas más.

Pero conforme fueron pasando los días, fui adquiriendo la comprensión de todas aquellas normas. Todo, cada detalle tenía un fin, una lógica aplastante. Todas estas normas monásticas tenían por supuesto, el propósito de ayudarte en la práctica de la Meditación.

Posteriormente nos asignaron nuestra “habitación-celda” y nos distribuyeron 2 sacas para la ropa sucia, pues había un servicio diario de lavandería. Ni siquiera podríamos distraernos lavando nuestra propia ropa.

Los hombres ocupábamos 2 barracones y las mujeres estaban a unos 20 metros de distancia, distribuidas en 4 barracones más. Cada barracón tiene unas 20 celdas muy pequeñas, unos 2 metros cuadrados, lo justo para una tabla de madera situada a unos 60 centímetros del suelo y algo parecido a un fino colchón, a modo de jergón-cama ( a esto se le llama cama básica-sin lujos…), una mesita de noche, una silla, una manta fina, una almohada, una mosquitera y poco más. Fuera, los servicios y las duchas. Un espacio realmente comprimido pero más que suficiente para una persona con sus pocas pertenencias personales y poco exigente. No apto para personas claustrofóbicas….

Pasamos a hacer todos juntos acompañados de los voluntarios, un recorrido por el centro, el cual tenía un sendero principal con un seto en su mitad. De esta forma siempre, en los paseos, las mujeres quedaban a un lado y los hombres al otro.

Visitamos el templo principal, compuesto por una gran sala de Meditación, de unos 400 metros cuadrados, con multitud de cojines de meditación ( Zafu) en el suelo cada uno con un número y perfectamente alineados. Cada número estaba asignado a un Meditador. El mismo lugar y el mismo cojín para los 10 días.

El templo estaba coronado por un gran “Stupa” o “Shortën” dorado ( monumento  funerario en forma de campana invertida en la tradición budista). En los laterales de la sala principal, cientos de pequeñas celdas con respiradero, cada uno con un zafu en el suelo. Eran las salas de Meditación individuales, para el que necesitara más aislamiento, más soledad.

A continuación el programa del Curso de 10 días de Meditación Vipassana

04.00.- Despertar, ducha y aseo.

04.30 a 06.30 Meditación.

06.30 a 08.00 desayuno y descanso.

08.00 a 09.00 Meditación Grupal.

09.00 a 11.00 Meditación.

11.30 a 13.00 Almuerzo y descanso.

13.30 a 14.30 Meditación Grupal.

14.30 a 17.00 Meditación.

17.00 a 18.00 Descanso y merienda.

18.00 a 19.00 Meditación Grupal.

19.00 a 20.30 Discurso de Goenka (maestro fundador de la Meditación Vipassana).

20.30 a 21.00 Meditación.

21.00 a 21.30 Ducha y aseo.

21.30.- Dormir

Las tres horas diarias de Meditación Grupal eran obligatorias (todos juntos en el templo) y eran las más importantes. Las demás horas de Meditación podían practicarse  bien en el mismo templo, la habitación personal o las celdas habilitadas en los laterales del edificio. Se recomendaba permanecer siempre en el templo, pues al meditar a solas en la habitación o la celda corrías el riesgo de quedarte dormido, entre otras cosas.

Tras las explicaciones, nos ofrecieron una merienda en el comedor, consistente en zumo de frutas y galletas. Eran las 19.00 y a las 20.00 comenzaba el curso y el voto de Silencio, finalizando a las 07.00 del 11º día. El décimo día, el último día completo de curso, se rompería el voto de Silencio y podríamos hablar entre nosotros.

Confieso que estaba realmente asustado. Me preguntaba como resistiría mi cuerpo y mi mente permanecer 10 días, 10 horas diarias, sentado  sobre un cojín de meditación ( zafu) con los ojos cerrados, inmóvil y sin ninguna distracción.

Me parecía todo realmente extraño y presentía que iba a ser duro. Estaba ansioso por empezar a experimentar sensaciones de bienestar, de calma, de paz. Lo consideraba como un desafío, una auténtica “prueba de desierto” a la que se han enfrentado siempre  los místicos de todas las culturas y religiones, un aislamiento del resto del mundo con el objetivo de profundizar en el interior de cada uno. Sin duda, una gran aventura, un gran viaje “interior”. Más tarde, con el paso de los días y posteriormente de los años, lo he considerado como “el gran viaje de mi vida”. Un viaje que duró 10 días, 100 horas, 90.000 respiraciones, 90.000 reflexiones……

Mientras comíamos algo conocí a un vasco y a un hispano-francés, Jesús y Emilio. No nos dio tiempo a hablar mucho la verdad. Tan sólo intercambiamos nuestros nombres y poco más.

Jesús era de una aldea de Vitoria, era su 4º retiro. Llevaba un año viajando por la India y en ese período había hecho 3 retiros en diferentes lugares. A sus 40 años aunque parecía más joven  había recorrido bastante mundo. Era todo un personaje.

Emilio de padres españoles emigrantes en Francia había hecho 9 retiros en los últimos meses en diferentes lugares de Asia. Ex toxicómano, había dejado completamente las drogas y se había “enganchado” a la Meditación. Llevaba a cabo un retiro de 10 días cada dos meses, para como decía, cargarse de energía y purificarse mentalmente sobre todo. Este también era un personaje interesante. Siempre he mantenido que viajando es como se le toma el pulso al mundo y a sus gentes. Observando  y escuchando.

Poco antes de iniciar el voto de Silencio, Emilio me soltó una frase que me cayó encima como una auténtico mazazo: “…Vamos a sufrir, sabes…”. Me quedé petrificado mirándole con cara de incredulidad y me dije a mi mismo: “…Ostras, para sufrir me hubiera quedado en mi ciudad… ¿No me digas que he viajado a través de medio mundo para venir a sufrir precisamente aquí, en mitad de esta selva…?…”

Qué cara no se me pondría, que a continuación me dijo: “… Tranquilo, yo llevo 9 cursos ya y también voy a sufrir a pesar de la experiencia…” Y la verdad es que su segundo afirmación no me tranquilizó nada, todo lo contrario, me creo aún más ansiedad. El panorama pintaba mal y comencé a inquietarme bastante. Con el paso de los días fui comprendiendo profundamente la expresión: “… Vamos a sufrir…!!!!

Descubrí tras el curso y de una vez por todas, que esta técnica de Meditación, llamada Vipássana no respondía a la imagen que tenemos en occidente de lo que es en realidad la Meditación. Yo al menos pensaba y así lo había leído en multitud de libros, artículos y revistas, que la Meditación consistía en tranquilizar la mente, relajarse, deshacer nudos mentales, cambiar la visión de las cosas y todo lo relacionado con sensaciones agradables de tranquilidad, sosiego, paz interior, equilibrio etc.

Y lo cierto es que la Meditación básicamente responde a eso y se podría decir que a mucho más. Se produce con la práctica, un estado de conciencia diferente, más afinado, más profundo al que habitualmente tenemos. Un proceso de limpieza interior, de observación, de aceptación, de introspección y de no reacción,  de  liberación,

Comprendí  que más que “flotar”, “levitar” o relajarse, lo que se produce al comenzar a practicar la Meditación es  precisamente en todo lo contrario, te hundes en un abismo oscuro que deja al descubierto todas tus miserias, toda tu fealdad, toda tu sombra. Esa “caída a los infiernos” convenientemente dirigida te lleva posteriormente a emerger, reflotar de nuevo, a través por supuesto, del sufrimiento. Un proceso de purificación de la mente, del alma y del cuerpo físico. Sufriendo de forma constructiva, puedo afirmar que comencé a vislumbrar una  “tímida luz al final del túnel”….

Decidí seguir esa luz en medio de la oscuridad y descubrí muchos estados desconocidos, mucha ignorancia, mucha ceguera. Llegué a la conclusión de que la verdad es amor, compasión y buena voluntad. Todo lo que no contenga estos tres conceptos, para mí, es mentira. Así lo creo y así lo sentí. Cada uno tiene su verdad.

Seguidamente sin más preámbulos, el voluntario Mark, decretó el Voto de Noble Silencio. Ya nadie hablo hasta el último día. No dijeron nada más. Me quedé perplejo. Me preguntaba que si no podemos hablar, ¿Cómo vamos a aprender a Meditar?  Me desesperaba por momentos. Me dieron ganas de gritar pidiendo un libro, un manual, instrucciones, fotocopias, un plano, una brújula, en fin, algo por Dios!!!!!!

Nada. Todo fue ya Silencio. Un Silencio profundo, un Silencio extraño, un Silencio liberador….