17.- Manigango: El monje que vendió su Toyota.  

Hoy era nuestro día de salida de Maninango. Preguntamos por la parada de autobús, los horarios etc. Aunque parezca increíble, ningún habitante del lugar sabe decirnos a ciencia cierta a que hora sale el autobús, ni a cuantos kilómetros se encuentra nuestro destino Yushu y mucho menos cuanto se tarda, si bien nos dicen que hay que situarse a las 7 de la mañana en un cruce de caminos cercano al pueblo.

Abandonamos el hotel aceptable aunque algo “guarrete” y mal atendido. Pasamos una noche regular, con ruidos continuos de perros ladrando y camiones en mitad de la madrugada tocando el claxon sin piedad. Nos levantamos a las 6 de la mañana, hace frío, el cielo está nublado, salimos a la calle y no podemos entregar la llave, todo está cerrado, así que nos vamos al cruce del pueblo, dejando la llave debajo de la puerta

Ni un alma por las calles, solo perros callejeros, muchísimos, son los amos de la calle, de las praderas, los hay a montones por todo el país. Preguntamos a algunos habitantes que pasan por allí. Nos dicen que el autobús pasa entre las 7 y las 9 de la mañana. Aquí funciona así y no sabemos si habrá plazas.

A las 8 pasa el autobús y no para, nos quedamos a cuadros…Nos dicen que era el “autobús cama”, que vendrá otro detrás…Total intentamos parar a algún 4X4 y conseguimos dos plazas en uno muy pequeño, un Toyota conducido por un monje y acompañado por una monja, y detrás otro pasajero. Negociamos el precio, 30 euros por los dos, y se nos cuela al final otro en el interior. Total que detrás nos metemos cuatro adultos con nuestras mochilas y diversas bolsas…Vamos apretados como sardinas, pero nos decimos que bueno, al menos hemos conseguido vehículo para salir de allí aunque sea algo incómodo. El monje con cara de buena persona nos dice que se tardan unas 6 horas. 260 kms…..Veremos a ver, no nos lo creemos mucho, después de ver las carreteras del Tíbet. El monje acompañado de su monjita y del otro pasajero deciden   desayunar tranquilamente antes de salir. Nos decimos, bueno, vale, que mas da un rato más o menos. Por fin salimos a las 9 de la mañana y nos la prometemos felices, aunque apretados.  Empieza otro de mis viajes surrealistas…

    Al poco de empezar la ruta, a unos 50 kilómetros al monje le da por visitar un monasterio importante, por lo que se desvía de la ruta. Nos miramos y nos decimos, vale, venga. Nos marchamos del lugar, seguimos camino, y a las 30 minutos, vemos que coge otro desvío, y ya mosqueados le preguntamos que qué pasa, y nos dice que va a visitar otro monasterio, este un poco mas lejos….Ya nos empezamos a mosquear un poquito, pues vemos que este va de peregrinación y nos vamos a comer todos los monasterios de los 260 kilómetros  y hay un montón, así que a mitad del desvío vemos unas “yurtas” (tiendas nómadas) y le decimos que nos deje ahí y a la vuelta del monasterio que nos recoja.

Lo de la tienda nómada, una experiencia acojonante. El protocolo es esperar a unos 50 metros, primero porqué hay perros guardianes, unos mastines como leones atados a unos postes, cerca de la tienda, y esta vez no llevo el spay, ni mi traje de caperucita roja….Y segundo porqué hay a que esperar a salga algún adulto. Afuera hay siete menores muy sucios, asustados al vernos. Sale el hombre, nos sentamos como si fuéramos indios; deduce que no somos agresivos y al poco nos invita a entrar. Es el ritual de acercamiento. Toda una experiencia compartir con ellos el té tibetanobo chai”( té, leche de yak y grasa de yak…todo juntito….asqueroso, la verdad…salvando el detalle de la hospitalidad….).

Son gente ruda, muy amable, hospitalaria y curiosa. Pasamos un rato con ellos, jugando con los niños, haciendo fotos y volvemos con el monje que nos recoge a los 20 minutos. Seguimos camino. El monje tibetano nos cae gracioso. Mientras conduce se afeita con una maquinilla eléctrica de esas de pilas. Luego se toma un par de Red Bull para no dormirse, y está mas preocupado de no atropellar unos ratoncillos de carretera y algún que otro pájaro que de conducir por su carril, por aquello del budismo, lo de no dañar a ningún ser vivo….

Prácticamente va continuamente sobre el otro carril, pillando eso sí, todos los baches posibles, con lo cual “disfrutamos” un montón los de atrás. Para colmo, al principio nos puso música de monjes tibetanos pero al ver que éramos simpatizantes de la causa, sacó de debajo del asiento unos CD,s un poco más “comprometidos”. Para nuestra sorpresa era música Hip-Hop, con una canción en concreto rapera total que venía a decir mezclando tibetano e inglés….” China is Liying, and my people is diying…you know what I´m saying….( China esta mintiendo, mi pueblo esta muriendo….sabes lo que quiero decir…..).

Descansamos cada 40 minutos pues la monja( que por cierto es bastante “mona”…) está mareada y tiene que vomitar, o beber leche de yak,  y el monje tiene sueño, y hay que pararse a que descanse. Nos decimos que no pasa nada, que es toda una experiencia la movida de los monjes, el personal autóctono viajando con nosotros, 4 atrás, que aunque incómodos estamos disfrutando, y total, uno de ellos se baja en un pueblo cercano en una hora nos dice. Tendremos más espacio….. Y así durante las siguientes horas.

El monje que nos caía bien, empezó a tocarnos la moral con sus caprichos, paradas, quería ver otros monasterios, aguantamos el tirón, hasta el punto que tras 6 horas de viajes, habíamos recorrido 130 kilómetros, la mitad del recorrido, y el tipo que se iba a bajar en una hora, seguía allí metido, entre nosotros. Nos miramos diciendo que bueno, que es una experiencia, que aunque la carretera como todas está horrorosa estaremos sobre las 18 en Yushu, la ciudad que pretendemos visitar.

Por fin se baja uno de los   pasajeros  7 horas después del comienzo de nuestra aventura, y quedamos un poco más cómodos. El monje conduciendo se nos duerme, la monjita vomitando por la ventana….Así que le sugerimos conducir uno de nosotros. Tras insistir acepta y me pongo al volante. Y me doy cuenta lo duro y lo peligroso que es conducir en este país. Debes tocar el claxon continuamente a las motos, vehículos, yaks, perros, personas o ratones que se te crucen en la carretera, hay unos baches enormes por todos lados…En fin, que es un delirio.  30 kilómetros. Después de una cabezadita el monje vuelve al volante, no vaya a ser que en un control policial nos pillen y la “caguemos·”. No llevo el permiso de conducir internacional, y con estos chinos cuadriculados, nunca se sabe.

Notamos al monje extraño al llegar a un poblado grande. Nos dice que eso es Yushu. Mi colega que conoce la ciudad, dice que aquello no es Yushu y el monje se ríe como si estuviera de broma. Aparcamos y vamos a comer algo. Invitamos al monje y al otro pasajero, la monja sigue indispuesta en el coche.

Volvemos a la carretera y al monje le da por desviarse y pararse en otro monasterio. Nos cabreamos pero aguantamos el tirón. Son ya las 19 horas y se hace de noche, está empezando a llover. Deberíamos haber llegado a las 15, o sea, hace 4 horas, pero nos hemos tomado el viaje como una experiencia a compartir con los tibetanos, sus carreteras, sus cambios de planes por aquello de vivir el momento, el Aquí y Ahora,  sus ratitas de carretera y su amor por la vida, aunque lo tiren absolutamente todo por la ventanilla, con lo cual se olvidan un poco de cuidar también el medio ambiente, pero bueno, ese es otro relato.

Vienen los tres como en trance, con una estampita de un monje, un lama, un iluminado o algo así. Nosotros hemos estado bromeando con los monjes en la entrada, y estamos ya algo hartos de tanta parada. El monje, una vez en el coche, nos dice que Yushu esta totalmente destruido desde el terremoto de hace 4 meses. Le decimos que lo sabemos pero que unos esperan allí unos amigos tibetanos. E intenta dejarnos en un poblado de tiendas de campaña de los habitantes de la ciudad, a unos 70 kilómetros. Le decimos que no, que hemos negociado el llegar a Yushu. Y el tipo deja de ser simpático y se pone más serio. La monjita acompañante, que estaba malísima, de repente saca su mejor sonrisa y nos empieza a “comer el coco” para intentar convencernos que no quedemos allí. Le decimos que no. Seguimos ruta, hasta llegar a una población en la que el monje para y nos dice que nos deja allí que Yushu esta a 10 kilómetros, que nos va a buscar un taxi.

Y allí ya saltamos, dejamos de ser simpáticos turistas y nos cabreamos un poquito, levantamos un poco el tono de voz, le decimos que mas que un fraile parece un mercenario, que lo único que le interesa es la pasta y que además es un mentiroso. Con algo de teatro y mostrando mi enfado, me levanto la manga del forro polar y le muestro mi brazo, y me escupo sobre mi tatuaje budista, en plan “merdellón” como diciendo, me cago ya por segunda vez en todos los monjes budistas cegados por la pasta…. Y que por supuesto no le vamos a pagar si nos deja allí….

El monje de mala gana y algo sorprendido por nuestra reacción,  se sube al coche, y iniciamos de nuevo ruta. Vemos un cartel, faltan 50 kilómetros (no 10 kms. como decía el fariseo….), es de noche y llueve a mares, o sea una hora más de viaje. Nos quedamos alucinados con la actitud del monje y su pupila la monjita, que intenta de nuevo con su sonrisa profidén comernos la cabeza. Ya nos ponemos serios, pasamos de ellos y deducimos que no iban a pasar por  Yushu sino por una población cercana, pero que los 30 euros que se iban a sacar por meter a dos guiris en el coche no estaban de más, ya que el trayecto era casi el mismo, pero pensaron, a estos los dejamos cerquita y que se busquen la vida. Total que una putada algo premeditada y que nos produjo bastante tristeza partiendo de dos religiosos, monje y monja que se supone que no deben tener este tipo de comportamiento.

A lo largo de nuestro periplo, hemos conocido de forma directa a 4 monjes. Dos de ellos fueron majos y honestos, nos ayudaron a buscar taxi y vehículos compartidos para viajar, incluso uno de los trayectos nos lo pago uno de los monjes. Y los otros dos, un poco obsesionados con el dinero lo cual les lleva a perder su referencia y mas que monjes convertirse en especuladores….Total, que un 50% bien y el otro 50% más pensando en el dolar..!!!! una vergüenza la verdad.

Total que a las 21 horas, tras 12  horas de viaje para recorrer 260 kilómetros,  llegamos por fin a Yushu, que en Abril  pasado sufrió un terremoto devastador que destruyó por completo la ciudad.

Está todo oscuro, con miles de tiendas de campaña donde duermen los supervivientes. El panorama es desolador para alguien que como yo, no había visto nunca una ciudad destruida por un terremoto.  Es de noche, no se ve nada, tan sólo las miles de tiendas de campaña, sombras paseándose en la oscuridad. Pareciera que hubiera una guerra. Le pagamos al monje que ni nos mira, y nos largamos.Contactamos con los amigos tibetanos de mi colega. Gente encantadora, sencilla, amable y hospitalaria. Sus casas han sido totalmente destruidas y han fallecido varios miembros de la familia. Nos alojan en unas tiendas de campaña azules, cedidas por el gobierno chino. No hay agua corriente, ni retretes…Bueno, un tremendo agujero en una especie de habitación semi derruida que se utiliza como letrinas colectivas. Ya os podéis imaginar. Para entrar tienes que hacer un esfuerzo real por no vomitar, y mejor respirar por la boca…..

Las condiciones de vida son terribles, pero nos reciben de lujo, como si fuéramos unos reyes. Con sencillez nos ponen de cenar y nos dan una tienda donde dormiremos tres adultos.

Es media noche, yo estoy aquí con el frontal escribiendo un poco. Mi colega y su amigo tibetano dormidos. Se escuchan cientos de perros ladrando afuera. Hemos puesto el despertador a las 2.30 horas de la madrugada. A pesar de todos los pesares, vamos a levantarnos a esa hora, para ver la semi final del mundial de fútbol,….España-Alemania….