7.-Tagong: Ataque de perros salvajes tibetanos. 30 Junio 2010

Había leído en la guía y mi colega me había prevenido sobre la peligrosidad de los perros tibetanos, pues andan con los pastores, y los hay también en pequeños grupos sueltos y asilvestrados. Además, no son precisamente Chiuauas… Es decir, que son mastines y perros de ese tamaño… En fin,  que suelen tenerlos para  atacar  a los lobos y proteger  al ganado.

Total, que en previsión, me había traído de casa un spray de esos de defensa personal     que se utilizan para repeler agresiones. Y, bueno, hoy he podido comprobar dos cosas: que el spray es efectivo,  y que los perros tibetanos son muy peligrosos. Para colmo, me  habían comentado que un guiri, un francés de paseo por los alrededores, había sufrido mordeduras de los perros y que la cosa se complicó un poco, porque no había vacunas contra la rabia… Y esas cosas…

Iba yo como la caperucita, paseando por las praderas cercanas al pueblo, viendo campamentos de peregrinos tibetanos desplazados desde lugares lejanos para acudir al templo principal del pueblo, pues había un festival religioso. Estos peregrinos hacen  ofrendas a las deidades budistas, lo que les lleva a acumular méritos y cultivar el buen Karma para sus siguientes reencarnaciones.

Estaba dejándome llevar, visitando  los distintos chörtens ( stupas) construidos en las diversas colinas, mirando, más bien  un poco en trance, esas Lumtas (banderas de oraciones de diversos colores) agitadas por el  viento, cuando de repente, sin reparar en nada, me doy cuenta algo tarde, que a escasos metros hay una manada de perros salvajes dormitando, y que al parecer he invadido su territorio.

El macho alfa, supongo, se levanta y se lanza directo hacía mí sin previo aviso. Es una bestia tipo mastín de pelo negro  y unos dientes como el tiburón ese de la película. Inmediatamente tras él se levantan unos 5 ó 6 perros más de distintos tamaños, colores y pelajes y se van directos hacía mí… Identifiqué así, en esas décimas de segundos antes del ataque, dos mastines y algunos mestizos tipo pastor alemán. O sea, perros grandes de “cojones”.

Me rodean como un auténtico grupo organizado pensando supongo qué parte del cuerpo iban a morder  cada uno (me sentí como ese general yankee , el general Custer   rodeado de un ejército de indios mohicanos con muchas ganas de cortarle la cabellera…)

Reacciono bien, con frialdad, aunque algo “acojonao”… Intento no entrar en pánico, pues sería un desastre… Era la primera vez que me atacaba un grupo de perros salvajes y es algo realmente impactante. Mientras grito y hago aspavientos mirando a mi alrededor por si encuentro un palo largo y manteniendo a los perros a distancia, con una mano saco del bolsillo el spray de pimienta  (iba “gracias a Buda prevenido y lo llevaba a mano…) y empiezo a rociarlos. De esta forma, durante un breve momento, con gritos, patadas y el spray, consigo unos segundos preciosos y al girar sobre mi mismo veo a escasos metros un palo de esos de las banderas en el suelo, y consigo cogerlo… Tiro el spray y con las dos manos “trinco” el palo y me siento El Capitán Trueno, y empiezo a girarlo en el aire como si fuera la espada de un samurai… y los perros echándole en un momento bastantes agallas empiezan a recular, aunque algunos de ellos insisten en acosarme a pesar del palo. Son muy fieros e insistentes.

Consigo que se alejen poco a poco ante la sorprendida  mirada de unos obreros tibetanos encaramados al andamio de un Stupa a escasos metros. Atónitos, con el palustre entre las manos unos y sacos de cemento otros, terminan por sonreírme alzando las manos… Y me siento algo así como un superviviente,  por haber vencido a esa manada de cobardes gregarios que sólo atacan en grupo jaleados  por su líder… Como en la especie humana, vamos…

Seguí mi paseo y, cercano al lugar, visité una auténtica Yurta (tienda tibetana de pelo de Yak), donde unos rudos y curtidos tibetanos con cara de guerrilleros Khampas, al verme acercándome con el palo en la mano, me miraron mal encarados y alguno echó mano al cuchillo que llevan en la espalda,  pero al poco de decirles “hola” en tibetano (TA-SCHI-DE-LE) apareció una sonrisa en sus rostros y una inmediata invitación a comer, a pasar a su tienda, a ofrecerme de todo. Aprovecho la ocasión para filmarles. Les encanta verse en las fotos y, mucho más, en las filmaciones.

Seguí mi recorrido y decidí volver al pueblo por el mismo camino. Confieso que mi intención era volverme a encontrar de nuevo con el grupo de perros salvajes, ya que de alguna forma me encontraba un poco herido en mi orgullo por la sorpresa del ataque y porqué no decirlo, por  mi talante algo desafiante y temerario que me sale a veces…

Esta vez, cogí el palo que había soltado cerca de la tienda de los tibetanos, y me dirigí al lugar. Me iba acercando y los perros estaban todos tumbados. En la mano derecha, llevaba el palo, y en la izquierda la cámara. Quería filmarlo. No me gustan mucho las fantasmadas e intento de alguna forma completar mis relatos con otros  tipos de soportes, como filmaciones y fotos, que den veracidad a esos pequeños inconvenientes que surgen en mis viajes. Y la ocasión lo merecía. No sé muy bien por qué, pero ahora que lo escribo reconozco que tal vez en algunas ocasiones soy algo imprudente, y lo peor, como ésta, es que lo hago a conciencia.

En la filmación, algo movida, se puede ver el ataque de los perros. Consigo mantenerlos a raya sin llegar a agredir a ninguno y saliendo sano y salvo de su territorio. Total, que he actuado como un buen budista

No he lastimado a ningún bicho viviente, a pesar de la mala leche que gastan algunos…