7.- La alegría es impermanente….

 Miércoles 7 Marzo

¿Qué puedo escribir sobre este día? Después de 62 horas de práctica, de durísima intensidad, después de haber padecido sudor y lágrimas (sangre no hubo, excepto la que me robaron los mosquitos cuando parte de mi cuerpo por la noche sobresalía de la mosquitera que me protegía….), consigo al fin aguantar mi primera hora completa inmóvil de Meditación.

Parece intranscendente, pero desde luego a nivel personal, fue una de las horas más largas, intensas e importantes de mi insignificante existencia. Sufría toda clase de ataques de la mente. Fortísimos calambres en ambos muslos, rodillas, espalda y pies, y un sudor que me dejo deshidratado. Parecía haber salido de una sauna. La camiseta estaba totalmente empapada.

Cuando escuché la voz de Goenka decir la frase ritual que daba por terminada la hora de Meditación, sentí una profunda oleada de alivio, de bienestar, de triunfo, de liberación total en el sentido más amplio de la palabra. Todo mi cuerpo se relajó de inmediato y permanecí unos minutos sin reaccionar. Tenía ganas de gritar allí mismo y compartir mi triunfo con todos. Pero ni una palabra, apenas una sonrisa. Era extraño, no podía mostrar mi satisfacción, mi euforia. No paraba de recrearme en mi hazaña, e incluso estaba deseando con impaciencia que empezara la siguiente prueba, la hora de Meditación Grupal a las 14.30 p.m.

Más tarde comprendería que este exceso de euforia y triunfalismo no era más que MAYA ( ilusión para los budistas). Una prueba que debía pasar, pues esta sensación de bienestar también era ANIKKA ( impermanencia). Y ese mismo triunfo, ese exceso de felicidad desbordante, ese deseo de “poseer” esa sensación, me llevó de cabeza a la derrota más amarga. Me apegué tanto a la sensación de bienestar que olvidé la única verdad absoluta: Todo es Impermanente, hasta la alegría.

Perdí mi objetividad, el sentido de la observación, mi dichosa Ecuanimity..!!!

Se trataba de seguir impasible aunque se presentara el triunfo. No se podía olvidar esta premisa. El olvido, la falta de atención, la falta de conciencia es lo que nos hace perdernos, enredarnos en pensamientos, recuerdos, monólogos, parloteo mental, y con ello perdemos nuestro rumbo verdadero y nos dejamos a favor de la tempestad de nuestra mente.

Tras mi primer gran paso, decidí seguir ayunando, no ingería alimentos sólidos. Sólo tomaba té con azúcar y zumo de frutas. A “esta altura de la película” no podía permitir que parte de la energía que tanta falta me hacía, se perdiera en el proceso digestivo. Sin comer, me sentía despejado mentalmente, ligero como una pluma y además, con fuerzas para seguir afrontando mis retos.

Llegó las 14.30 p.m. Segunda hora de Meditación Grupal, segunda gran prueba del día.

Entro en el templo y tras observar mi entorno, me siento sobre mi zafu. Los “falangs” ( occidentales) comenzamos a doblar las piernas y adoptamos la postura cuando entra la maestra, con la pretensión de evitarles  un par de minutos de sufrimiento a las piernas. Todos los tailandeses estaban en la posición perfecta, inmóviles, 5 minutos antes. Les sobraba capacidad de sufrimiento, eran perseverantes, pacientes y determinantes. Son 2.500 años de sabiduría, de impasibilidad….

Cruzo las piernas y me mantengo observante. A los pocos minutos me invade una sensación terrible: Comienzo a sentir en el muslo izquierdo una palpitación, que se incrementa en intensidad, descendiendo hasta la pantorrilla y el tobillo. Entro en pánico!!! Me mantengo a la expectativa. ANIKKA (impermanencia) me repito mentalmente. Ya pasará. Siento como burbujas debajo de la piel, que comienzan a golpear la epidermis desde dentro hacía afuera. Me asusto por momentos. Pienso que de alguna manera me he producido una lesión en la pierna, me he roto algún ligamento pues el dolor es intensísimo. Parece que se me va a rajar la piel de un momento a otro. El instinto me dice que no me mueva, que observe la sensación. Pero el dolor es cada vez más intenso y me dan ganas de gritar. Estoy desesperado, no sé lo que está ocurriendo ahora. Necesito con urgencia un método, un guía, un ayudante, un médico!!! Ahora mismo estoy completamente a la deriva. Tengo los ojos cerrados, no puedo verme la pierna. Pienso que tan sólo es una sensación pasajera, que no es un dolor real. Una estrategia de la mente supongo, no lo sé. Ante mi desesperación abro los ojos y puedo ver claramente como esa sensación existe, es tan real como el sudor desprendido de los poros de mi piel. No es  MAYA ( ilusión). Es completamente real. Puedo ver mi pantorrilla y mi tobillo izquierdo que no están cubiertos por el pantalón. Algo se mueve violentamente en el interior de la pierna. Como cientos de pequeñas bolitas luchando por salir al exterior. Es como una especie de descarga eléctrica, un calambre intensísimo, persistente, prolongado. Al verlo me asusto aún más. Sigo sin moverme, observando y la cosa va a peor. Siento que se me está rajando la piel de la pierna y tengo ganas de llorar de dolor.

Intuía que de alguna manera mi mente se estaba rebelando de una forma desesperada y producía esa sensación desagradable. No podía estar desgarrándose el músculo ni la piel en realidad. La lógica me decía que no había habido violencia alguna ni movimientos bruscos. El calambre apareció cuando más relajado estaba.

Al fin el dolor y el temor me vencen y a los pocos minutos desdoblo las piernas, me levanto rápidamente la pernera del pantalón y puedo seguir sintiendo y observando ese continuo golpeteo a lo largo de la cara interna de la pierna izquierda. Me quedo alucinado. Es una sensación intensa, dolorosa, desconocida.

Tras mi crisis de pánico, me relajo un poco, si bien los calambres no cesan del todo. Intuyo que al haber tenido éxito en mi anterior hora completa de Meditación, al haber podido “superar sin reaccionar” a mi propia mente manteniéndome ecuánime, ésta se ha rebelado y ha agotados sus “últimos cartuchos” en esta fase final, lanzándome un ataque intenso de dolores centrados en las piernas.

Lo cierto es que al sentir esa sensación de alguna forma somatizada en mi cuerpo, tuve la sensación que algo dentro de mí tenía miedo. Era como si “alguna parte” estuviera gritando, llorando, “algo” que necesitaba y pedía ayuda para salir “a la superficie”. Pensaba, o mejor dicho, sentí que había “alguien” escondido en la oscuridad, que necesitaba cariño, amabilidad, que no fuera a humillarlo ni a culparlo de nada. Y me vino a la memoria el tópico ese del “niño” que todos llevamos dentro, ese “niño” escondido durante mucho tiempo. Enterrado por condicionamientos, aprendizajes, ideologías adquiridos a lo largo de los años. Ese “niño” que continuamente reprimimos e impedimos que se manifieste, que no escuchamos casi nunca, salvo en los sueños, cuando dormimos y damos rienda suelta a nuestros inconsciente. Ese “niño” que maltratamos y castigamos, escondiéndolo en la completa oscuridad, en el pozo más profundo. Ese “niño” en definitiva que somos nosotros mismos.

Y lo que sentí en mi corazón esta vez, claramente fue eso, el llanto desesperado de ese “niño” que se quejaba y pataleaba porque quería salir y manifestarse.

Poco a poco comprendí y me sorprendí. No sabía muy bien como interpretar este cúmulo de sensaciones y comencé a “hablarle”, a decirle que se tranquilizara, que lo iba a dejar salir, le iba a ayudar, que confiara en mi, que lo iba a amar. Que no quería ignorarlo por más tiempo. Que todo aquello iba a cambiar. Ese “niño” llevaba  manifestándose desde siempre, y con especial intensidad las últimas 75 horas, que fueron horas intensas, en las que adquirí desde luego la comprensión más profunda que jamás había tenido. La comprensión del dolor, la comprensión de haber por  fin conectado con mi ser más profundo.

Estaba emocionado, pero aún reprimía ese llanto que tanto necesitaba exteriorizar.

Por la noche, antes de ir a dormir, hubo sesión de entrevistas con la maestra. El que lo deseaba podía acudir para aclarar dudas sobre la técnica de Meditación. Había que escribir nuestro nombre en el tablón del comedor y uno de los voluntarios del centro te llevaba ante ella y a solas, en privado, le exponías tus dudas.

Evidentemente, esa noche, superé mi timidez y una vez ante ella, le expuse como pude, en inglés, todo lo que me había sucedido, y lo que había sentido. Le expliqué que esas sensaciones de alguna forma se habían somatizado en mi pierna y que estaba desesperado y asustado. Y tras escucharme, me confirmó lo que en un principio había deducido. Era la propia mente en actitud de rebeldía al estar consiguiendo observarla sin reaccionar. Esta actitud de “no reacción” no le agrada a la mente, acostumbrada a controlarlo todo. La mente es muy perseverante. Los hábitos mentales del pasado tienen mucha fuerza e intensidad. Las ideas se enquistan y resisten absolutamente todo. Se resisten a ser cambiadas y se producen todas estas sensaciones desagradables en el cuerpo.

Me recomendó que siguiera esforzándome, que siguiera observando con Ecuanimidad, sin reaccionar. Que no me asustara. Todas estas sensaciones eran ANIKKA ( impermanente) y que pasarían si lograba superarlas.

Me fui a dormir bastante tranquilo aunque tremendamente cansado, totalmente agotado, con síntomas de deshidratación por el sudor perdido y no haberme repuesto lo suficiente a pesar de beber continuamente. Perdía más fluido del recuperado.

Esta noche dormí profundamente, pero me desperté de nuevo a las 02.00 a.m. en punto. Estaba totalmente lúcido, recuperado de mi cansancio aunque apenas había dormido 5 horas. El dolor de las piernas había desaparecido  y la mente se encontraba calmada. Pensaba continuamente en retener hasta el más mínimo detalle de lo que me estaba ocurriendo para posteriormente escribirlo, poder relatar paso a paso todo este cúmulo de sensaciones. Me llegaban a la mente palabras que verbalizaba interiormente, intentando relatar mentalmente mi experiencia. Intentaba racionalizar sentimientos inexplicables, inabordables. Apenas dudaba ya. Sentía que debía dar a conocer a la gente a la que aprecio toda esta “inquietante vivencia”. Tenía la necesidad de intentar plasmarlo de alguna forma, a través de la palabra que era el único medio que se me ocurría. Todo lo que estaba experimentando no podía caer en el olvido. Aunque no sabía exactamente para qué lo iba a escribir, no sabía si me iban a entender. Tal vez el objetivo era volver a releerlo en mis horas bajas, tal vez para inspirarme, tal vez para recordar algún día que esto fue real, que existió.

Así permanecí 2 horas, con la mirada clavada en el techo. Observaba a través de la mosquitera,  los insectos pegados al techo de Uralita. Escuchaba las ranas croando en el arroyo. Escuchaba infinidad de ruidos en la selva. Escuchaba la voz de Goenka. Estaba escuchando a mi corazón.

El Gong marcó las 04.00 a.m. la hora de levantarse y seguir meditando…