5.-  La firme determinación…. 

Domingo 4 de Marzo

Sigo sin dormir las 7 horas seguidas. No descanso del todo bien. Me despierto en mitad de la noche algo agitado, aunque sigo teniendo la sensación que están produciéndose cambios profundos en la estructura de mi mente. No sé como referirme a ese lugar profundo, escondido, sepultado dentro nosotros. Conciencia, instinto, corazón, espíritu, alma, ser, mente superior….

Mirando fijamente al techo, comienzan a fluir ideas, palabras, verbalizo absolutamente todo lo que pienso. Lo verbalizo mentalmente, como si me dirigiera a alguien. Tengo una gran claridad mental. Fluyen los pensamientos como un torrente, con ímpetu y fuerza. Puedo sentir como ALGO quiere salir, manifestarse. ALGO se quiere dar a conocer. ALGO dentro de mi se quiere congraciar con mi parte consciente, con la parte más externa, más conocida. Noto desasosiego, confusión desorden, pero a la vez, claridad, limpieza, paz. Demasiado contradictorio. Se asemeja a un caos organizado. ALGO a punto de estallar, a punto de quebrarse. O lo contrario, tal vez ALGO que había estado quebrado, disperso, y ahora se estuviera empezando a recomponer.

Presentía claramente la metamorfosis. Se estaba empezando a tambalear todo mi sistema de valores, todas las estructuras de mi persona. Parecía una cura del alma, pues presentía la tormenta o tal vez ya se había declarado la tormenta y estaba empezando a llover torrencialmente. Estaba asustado, muy asustado. Temía todo este flujo de sensaciones desconocidas y aún temía más las que no se había manifestado y clamaban por salir. Me invadía una mezcla de curiosidad, ansiedad, pánico, pereza….Todo giraba sin parar en mi cabeza.

Como los días anteriores, las primeras horas de técnica son las mejores. Me siento descansado, relajado, con la mente calmada, clara, tranquila. Conforme pasan las horas, la mente comienza a saturarse, contaminándose de pensamientos entremezclados, empieza la agitación y se va incrementando el cansancio físico.

La primera gran prueba: de 08.00 a 09.00 a.m. Meditación Grupal. Primer intento para intentar permanecer 1 horas completamente inmóvil, sin pestañear, sin mover un solo músculo, atentos sólo y exclusivamente a la respiración.

Por los altavoces suena de nuevo la voz de Goenka. Y por fin daba nuevas instrucciones.

Tendríamos que permanecer inmóviles con la conciencia focalizando la parte alta de la cabeza. Una vez fijada la atención en ese punto, ir recorriendo las distintas partes del cuerpo en sentido descendente (cara, brazos, espalda, pecho, abdomen, piernas….) hasta llegar a los pies. Siguiendo siempre el mismo orden y abarcando las distintas zonas del cuerpo, y tratando de focalizar esa atención en cada parte durante unos minutos, observando lo que ocurra sin reaccionar. No reaccionar ante distintas manifestaciones que se irían manifestando, como dolores, calambres, sudor, impaciencia, ansiedad o sueño. Repitió estas instrucciones hasta la saciedad.

La palabra que repetía una y otra vez era “Ecuanimity” ( Ecuanimidad). No reaccionar a lo que sintiéramos, tanto si era agradable como desagradable. No sentir euforia ante los momentos de éxtasis que se presentaran ni hacerlo sobre todo ante los momentos de sufrimiento, que evidentemente iban a manifestarse en multitud de ocasiones a lo largo de la hora. La premisa era observar, observar lo máximo posible y no reaccionar!!!.

Había leído infinidad de veces esta palabra, Ecuanimidad. Y hasta ese preciso momento no supe exactamente su significado. Quedó muy claro: No reacción ante los estímulos.

Y básicamente esto era la base de la Meditación: Observar y no reaccionar. Es decir, mantenerse Sereno, Inalterable. ( Y a ser posible con una sonrisa……)

En principio, esto de no reaccionar no presentaba demasiada complicación, pensé. Era suponía una cuestión de disciplina, de “aguantar el tirón” como se suele decir. Con fuerza, voluntad y capacidad de sufrimiento, lo conseguiría. Estaba acostumbrado por la práctica del deporte,  al esfuerzo sostenido, al sacrificio, a sufrir, a luchar. El sufrimiento físico era mi fuerte y mi capacidad para  ir superando obstáculos, pensé que era la adecuada. Y desde luego, estos días me iban a dar la lección de mi vida. Se me iban a romper todos los esquemas y aprendí una gran lección de humildad, perseverancia y determinación.

Comienza la hora de Meditación Grupal. Me concentro en la respiración y llevo a cabo un “chequeo” del cuerpo, intentando focalizar mi atención a distintas partes del cuerpo, atento a las sensaciones que fluyan. Comienzo por la cabeza y voy bajando, rostro, cuello, hombros, espalda, lumbares, pecho, abdomen, muslos, piernas, para terminar en los pies.

La primera sensación profunda se produce aproximadamente a los 15 minutos. Una sensación de hormigueo en las piernas, que estaban cruzadas en la postura del Loto ( en mi caso y en el de casi todos, la postura de Semi-Loto). El hormigueo se incrementa de forma alarmante hasta el punto de hacerme olvidar de los ya terribles dolores en las rodillas, pues dicho hormigueo se convierte literalmente en fuertes calambres. No me muevo aunque la sensación se hace más y más persistente. Intento mantenerme Sereno e Imperturbable, Ecuánime. Y me da  un pequeño “subidón”. Me encanta la sensación, lo estoy consiguiendo, quiero sentir eso de “flotar”, sigo observando y no modifico mi postura sobre el cojín. Sigo sin moverme a pesar del dolor.

La mente se percata de que a pesar del intenso hormigueo convertido en fuertes calambres, el cuerpo no se mueve. Entonces la sensación de repente se transforma en un tremendo calor en la cabeza. Sigo Ecuánime. Aunque comienzo a sudar de forma preocupante. Los ventiladores en ese momento se paran. El sudor me resbala por la frente poco a poco para dar paso a la formación de infinidad de pequeñas gotitas de sudor por todo el rostro, y empiezan a resbalar, introduciéndose en los ojos que permanecían cerrados, en la comisura de los labios, por el cuello, goteando sobre mis brazos, resbalando por la espalda. Siento todo el cuerpo, la camiseta y el pantalón totalmente empapados.

Y me colapso. Tengo la horrible sensación de que voy a rendirme, “tirar la toalla” en breve si esta sensación persiste unos segundos más. La salinidad del sudor hace que los ojos me escuezan a rabiar. Aguanto un poco más aunque pierdo la capacidad ya de observar con Serenidad. Los calambres van en aumento, siento  un intenso deseo de dejar de mantener mis piernas cruzadas y desdoblarlas. Pienso en el alivio que sentiré y no me gusta nada esta reflexión. Estoy acostumbrado a esforzarme, sudar, sufrir……….¿ Que me está ocurriendo?

Estoy a punto de rendirme, de derrumbarme. Nunca me he rendido. Pero no puedo más, me duele hasta el alma. Me siento humillado ante tanto dolor y siento que se precipita lo inevitable, y busco una burda excusa para moverme, y obviamente la encuentro fácilmente: Muevo el brazo y con la mano derecha me seco el  sudor de la frente y me froto los ojos con una esquina de la camiseta. Y “ de perdidos al río” me digo, ya que he movido el brazo, por qué no mover las piernas que me duelen horrores, y seguidamente, me rindo. Y muevo las piernas, las estiro y siento una enorme sensación de alivio. Automáticamente dejo de sudar, y el hormigueo de las piernas desaparece ( el calor es exactamente el mismo con las piernas cruzadas que estirada…).

“…Que putada…!!!” me digo.

Las molestias aparecieron de forma aguda a los 15 minutos de iniciar la sesión de Meditación. Miro el reloj. Me he rendido a los 20 minutos. A duras penas he aguantado 5 minutos de “ataques” de la mente sobre el cuerpo, de sufrimiento.

Me invade una sensación de derrota aunque estoy tranquilo. El corazón se me iba a desbocar, sudaba como si estuviera en una sauna y no sentía mis piernas. Todo un cúmulo de sensaciones agobiantes.

El pequeño trauma rápidamente se restableció a los pocos minutos de permanecer relajado. Me giré y estiré las piernas a un lado, como manda la tradición budista. Todas las sensaciones desagradables como el sudor, hormigueo, calambres y demás agobios desaparecieron de repente. A pesar de esta sensación de derrota me sentía aliviado. Era evidente que esta técnica me iba hacer sudar mucho. No terminaba de entender lo que pasaba, el por qué me había rendido tan rápidamente.

Abrí los ojos y me fijé en el resto de mis compañeros. Algunos permanecían inmóviles, en la postura perfecta, sentados sobre el zafu. Otros tenían la misma expresión de derrota que yo. Los más veteranos parecían estar a gusto, con una expresión relajada, ecuánimes, sin mover un músculo, con los ojos cerrados.

Los occidentales parecíamos pasarlo realmente mal, con rostros desencajados, expresiones de dolor, frustración, abatimiento. Los tailandeses parecían impasibles al dolor, apenas sudaban, como si ese calor ambiental no les afectaba, ni la humedad, ni los mosquitos ni los calambres de las piernas. Quiero suponer que aparte de su mejor adaptación a este tipo de ejercicios, estarían también más acostumbrados a ese difícil clima selvático de calor y humedad que convertían el aire en irrespirable.

Las siguientes horas de Meditación hasta el almuerzo eran por así definirlas como “más relajadas”, pues no había que hacer un esfuerzo tan intenso.

Evidentemente yo estaba bastante tocado, y aunque seguía con el esfuerzo, la experiencia previa me había dejado con pocas fuerzas y no me imaginaba cómo iban a sucederse las horas de la tarde. Me entró un miedo terrible.

A las 13.30 p.m. toca la segunda hora de Meditación Grupal. De nuevo me preparo mentalmente, y busco la posición más cómoda sobre el cojín, cruzo las piernas, me estiro todos los pliegues del pantalón, me motivo ( .”…Esta vez lo voy a conseguir…”) y cierro los ojos. Oigo que llega la maestra-guía, y escuchamos  de nuevo en off la voz de Goenka. Habla pausadamente, primero en inglés, luego en tailandés. Comprendo casi todo ( del tai no comprendo obviamente nada…..), si bien esta vez intento estar más atento a cada una de las instrucciones, para procurar quedarme con toda la información posible, aunque algunas palabras no las entiendo, me quedo con la esencia.

Explica que la mente es independiente, está contaminada y nos condiciona la realidad. Se rebela enviándonos dolores, calambres, picores, hormigueo, sudor, accelera nuestro ritmo cardiaco para que “entremos en pánico” y nos movamos. La mente no quiere permanecer inmóvil y desea que el cuerpo cambie continuamente de posición, de este modo reafirma su dominio permanente sobre nosotros, que somos sus esclavos. Vamos, que somos esclavos fundamental y principalmente de nuestra propia mente.

Goenka manifiesta  que los dolores que percibimos, realmente no existen. Son simplemente sensaciones. Sensaciones de la mente, no dolores reales. Que si tenemos Ecuanimidad y no reaccionamos, estas sensaciones desaparecerán, que son Impermanentes. Y lo mismo ocurrirá con las sensaciones agradables. Sin querer, nos aferramos a ellas y estas también pasarán, por lo que empezaremos a sentirnos mal para dar paso a un círculo vicioso de sensaciones positivas y negativas, y pasaremos continuamente del rechazo al deseo, y todo esto nos llevará irremediablemente a reaccionar. Insiste en que nos mantengamos Ecuánimes y dejemos que estas sensaciones se “instalen” durante un lapso de tiempo, y permitamos sentirlas, pues desaparecerán al no reaccionar.

Nada es eterno y todo este juego de deseo y rechazo es lo que nos ocurre en nuestra vida, una sucesión de momentos buenos y otros peores. Todo es ANIKKA ( pronunciado Anícha), que significa en sánscrito, Impermanencia. Todo nace, crece y muere.

Debíamos entender profundamente esta premisa a través de la Meditación. Este era el objetivo, interiorizar, no sólo comprender intelectualmente los conceptos sino vivenciarlos a través del dolor, del sufrimiento, de la lucha. Todas las reacciones son perjudiciales para nuestro bienestar. Debemos trabajar, entrenarnos a no reaccionar, para de esta manera cambiar nuestros hábitos mentales.

Esta vez me prometo estar más atento, más ecuánime. No habían transcurrido ni 10 minutos cuando ya estaban aquí de nuevo los calambres, los dolores, el desasosiego interior, el cansancio….manifestándose todos a la vez, sin tregua alguna. Intento no reaccionar. Centro mi atención en las piernas, pero no las noto ya, no tengo sensibilidad ni para sentir el dedo gordo de los pies. Sigo observando. No me muevo. Los calambres me atormentan, comienzo a sudar en cuestión de segundos, de forma alarmante. La camiseta de nuevo empapada completamente. Lucho, observo, no reacciono. Y como por arte de magia, los calambres comienzan a remitir hasta desaparecer. Le sigue una sensación sublime de placer, de flotabilidad. Estoy en un pequeño momento de éxtasis, sentado en la postura del Yogui, espalda recta, ojos cerrados, piernas cruzadas, semi sonrisa, inmovilidad absoluta. Lo he conseguido. He logrado superar el sufrimiento ancestral de la humanidad, pienso. Y se instala en mi mente una estupenda sensación de bienestar, ligereza, claridad mental, siento que todo fluye libremente, en armonía. Es un estado e gracia, siento la atmósfera fresca, cuando momentos antes me ardía todo el cuerpo.

Me pregunto, ¿” …Qué demonios  ha cambiado exactamente…”? Todo a mi alrededor sigue igual, excepto mis sensaciones. Y me pregunto ¿ “….Será posible que dominando esas sensaciones, podamos controlar nuestro bienestar…”?

Estoy “flipando”. Me digo a mí mismo, que ya sé Meditar, que ha merecido la pena llegar hasta este lugar y estar 40 horas sentado sobre mi zafu para conseguir aprender esta maravillosa lección. Pensaba que las 60 horas que me quedaban iban a ser similares a esta y que todo iba a ser progreso, seguir elevándome más y más sobre los “terrícolas ignorantes”….Y nada más lejos de la realidad. Pagué caro mi pecado de vanidad. Las 60 horas restantes se rebelaron como las más dolorosas de toda mi existencia. Sufriría una metamorfosis que ni siquiera podía imaginar, pagando un alto precio. Aquí, no se regala nada!

Persiste durante unos minutos mas, la sensación de frescor, y todo mi ser se aferra a ella. Y de repente, como esos aviones en vuelos acrobáticos que superan la curva de su propio giro,” entro en barrena”, y  voy cayendo en picado sin control hacía la tierra. La sensación de bienestar, poco a poco va menguando y tiende a desaparecer. No comprendo el por qué se tiene que acabar, pues me sentía tremendamente bien. ¿ Acaso no buscan esto budistas la felicidad, la liberación del sufrimiento? ¿ Por qué tanto sufrir?

“… Otra vez no por favor…” me repito. Me temía que todo  había sido un espejismo, las “buenas sensaciones” se estaban evaporando, desaparecían. Me desesperaba por momentos. La inquietud hizo su aparición a pasos agigantados. Todo se desvanecía tal y como había llegado. Todo era ANIKKA ( Impermanencia).

Y no sólo desaparecen las sensaciones desagradables, sino que hacen acto de presencia de nuevo las molestias, con una intensidad hasta ahora desconocida para mi.

Comencé de nuevo a sudar, a acalorarme. Deseaba tanto que ese momento de alivio, de frescor durase, que comprendí que ese mismo deseo, lo hizo desaparecer todo. Inconscientemente, me aferré, me apegué a la sensación agradable, de tal forma que cuando desapareció, me frustré, no lo acepté, reaccioné no solo física sino mentalmente, con el Deseo, y eso mismo me producía el Sufrimiento.

Muchísimo dolor, pero “gracias a Buda” creo que he interiorizado a través de la experiencia, cómo se origina el Sufrimiento, o al menos el propio, que al fin y al cabo, es el mismo que el de los demás.

Esta segunda embestida de calambres fue suficiente para “desmontarme el chiringuito”. Y no pude más. Me moví, cambié de posición, estiré las piernas. Le sigue evidentemente la consiguiente sensación de alivio. Me tranquilizo. Me digo a mi mismo que no me he esforzado lo suficiente y que lo volveré a intentar la próxima vez, con más Determinación.

Cada momento que pasaba iba asimilando mejor lo que estaba ocurriendo con mi cuerpo, con las sensaciones. Cada vez comprendía un poco mejor el poder esclavizante de mi mente.

Ese Deseo y esa Aversión producen el Sufrimiento. El Sufrimiento es universal. Siempre pensé que mi insatisfacción en muchas ocasiones con la vida, era superior a la de los demás. Si bien con el tiempo, he comprendido que todos queremos lo mismo: Tener una cierta Paz Interior. Todos rechazamos el dolor, y a veces este se presenta sin avisar, sin que lo invitemos. Sobre esta base, se sustenta todo mi padecimiento en la vida. Tenía esa certeza de haber hallado alguna pista para descubrir el origen de mi Sufrimiento. A pesar de la sensación de derrota por no aguantar la hora entera meditando, me invadió una especie de paz por poder al menos comprender todo esto, que no solo estaba deduciendo, sino viviendo al mismo tiempo. Me emocioné y lloré.

Poco a poco percibía que todo iba aclarándose. A pesar de la dureza de la técnica  (no sé como explicarlo con palabras), aparecía una sensación irremediablemente unida a la claridad mental progresiva, ligereza, descontaminación.

Iba caminando paso a paso, con mi soledad, con mi dolor, intentando reconstruir ese puente que un día existió, entre mi parte más profunda y la más superficial, el inconsciente con el consciente. Estaba en realidad, asistiendo a esa “intervención quirúrgica a corazón abierto”, conectándome con mi ser interior, el que se supone auténtico, libre de  condicionamientos, enterrado por capas de sedimentos contaminados, enterrado en el fondo de mi subconsciente. Alcanzando poco a poco una auténtica armonía, paz entre mi cuerpo, mi mente y mi espíritu. Estaba empezando a perdonarme por haberme tenido tan olvidado durante tanto tiempo.

Deseaba hacer las paces con mis emociones…..